A partir del minuto 77 el equipo mexicano abrió las puertas del carnaval.
Lo que parecía ser una bochornosa exhibición ante Guyana, se resolvió con cinco goles en nueve minutos de inspiración.
Tiempo suficiente para derrotar a un equipo caribeño tierno, semiprofesional y que vivió un cuento de Cenicienta hasta que Andrés Guardado puso final a una tediosa telaraña de fallas por parte del equipo nacional, en particular de Javier Hernández, quien aunque anotó su gol después, demuestra una falta de ritmo preocupante, pero sobre todo, de autoestima.
No es el Chicharito espontáneo de otras noches, incluso falló un penal a los tres minutos al disparar al larguero. A raíz de ahí, la confianza se le enredó en los pies y falló cualquier cantidad de remates, unos ortodoxos frente al marco y otros de espalda a la portería sumamente complicados.
Guyana no se encerró a cal y canto. Desde la onda digital del Skype, su entrenador Jamaal Shabazz ordenó lo que pudo, pero en realidad su equipo no estableció una formación organizada, sino que dependió de los movimientos de los mexicanos que se multiplicaron por toda la cancha, pero para la desgracia de los caribeños fallaron todo.
Entonces se acabó el primer tiempo y la gente, la poca afluencia que apenas revistió las gradas del estadio en Houston, reclamaban con silbidos tan vergonzoso espectáculo y enfatizaron su enojo contra el Chicharito, al que le metieron en el oído, con gritos constantes, el nombre de Aldo de Nigris.
De la Torre estaba enfurecido en la banca, su equipo le reportaba una apatía porque había minimizado al rival al que no le podía hacer un gol.
Mandó temprano al campo a Enríquez porque Torrado volvió a dar una señal de que no anda bien, luego el técnico se decidió por Elías Hernández que no encontró su sitio porque ahí estaba Aquino, navegando entre gambetas y caídas al césped.
Pero fue hasta que entró Ángel Reyna cuando el equipo coincidentemente encontró el gol de Andrés Guardado.
El fervor de la afición se escapó al cielo y el equipo jugó más relajado, por lo que el fallido ataque que era más un tiro al blanco sin ton ni son, se transformó en un jolgorio absoluto.
Las sonrisas volvieron a los espectadores con el autogol de Charles Pollard, el tanto de Oribe Peralta a pase de Hernández, el propio gol de cabeza del Chicharito y la definición vistosa de Ángel Reyna.
Aunque el partido volvió al cauce que todos esperaban, no evadió su etiqueta de soso, en el que el balón iba y venía botando como conejo. México ganó, sí, pero el Chepo tendrá mucho que evaluar tras esta actuación.
