El polémico tema de los payasos en el Centro Histórico, un sitio sagrado para los poblanos y declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1987, no es menor.
Y tampoco causa risa.
Y es que detrás de la presencia de estos “artistas urbanos”, se esconden no solo diversos actos de incumplimiento a las normas que rigen este tipo de actividades en el primer cuadro de la ciudad de Puebla, sino sobre todo una serie de presuntos delitos, algunos de ellos de tal gravedad que ameritarían la presentación de denuncias penales y la inmediata intervención de la Fiscalía General del Estado (FGE) y hasta de la Fiscalía General de la República (FGR).
Me explico:
Al menos desde noviembre de 2024, personal del Departamento de Ejecución y Orden del Ayuntamiento de Puebla se ha percatado de que un sujeto llamado Mario Bautista Aparicio, quien se autodenomina “Payaso Boris”, y una mujer llamada Verónica Arrieta Salinas representan a dos diferentes grupos de payasos y “pintacaritas” que continuamente pretenden instalarse y ejercer sus “actividades artísticas” en las inmediaciones del zócalo, sin la debida autorización municipal.
Los funcionarios del gobierno han realizado, a la fecha, 12 reuniones con los involucrados, con la finalidad de que se unan a los programas implementados por el Instituto Municipal de Arte y Cultura, a fin de que puedan llevar a cabo su labor respetando lo estipulado por el Código Reglamentario.
Sin embargo, tanto “Payaso Boris” como Verónica Arrieta y sus representados han incumplido todos los acuerdos alcanzados y no solo eso: siempre se muestran renuentes e insurrectos, desafiando a las autoridades, escudados en que son “artistas” y, por tanto, intocables. Como si las calles les pertenecieran.
Suelen realizar su “espectáculo” en la calle 16 de Septiembre y avenida Juan de Palafox y Mendoza con lenguaje violento, agresivo, misógino, con insultos al público, explotación de personas de la tercera edad y el uso de aparatos de sonido con altos decibeles, lo que evidentemente causa molestia a los visitantes y transeúntes.
No es esa precisamente la cara que Puebla quiere mostrar a los turistas nacionales y extranjeros, en la zona más visitada del estado. Como los vendedores ambulantes, los payasos tienen derecho al trabajo, sin duda, pero no en tales condiciones ni con las reglas que solo a ellos les acomodan.
Lo más grave de todo es que los inspectores del Ayuntamiento capitalino han detectado que uno de los líderes de estos payasos comanda a un grupo que presuntamente se dedica a vender drogas en el Centro Histórico. Es decir, no solo ofenden a los turistas, incumplen acuerdos y le faltan al respeto a las mujeres y niños, sino que trafican con sustancias prohibidas, de lo cual existe suficiente evidencia.
El pasado fin de semana se llevó a cabo un operativo de desalojo, en el que estos señores y estas señoras nuevamente se victimizaron y acusaron “abuso de autoridad” y “violaciones a sus derechos humanos”.
Recientemente, han subido de tono sus protestas. El “Payaso Boris” se presenta con sus agremiados y siete botargas realizando amenazas a los trabajadores del Departamento de Vía Pública, causando disturbios, sembrando miedo entre los transeúntes y, en el colmo, robándose la energía de las tomas públicas de luz mediante el uso de los denominados “diablitos”.
54 veces, sí, 54 veces se les ha realizado exhortos para que entren al orden, y 54 veces los han ignorado.
Altos decibelios, venta de comida chatarra, insultos a los ciudadanos, no respetar los horarios establecidos, robo de luz y supuesta venta de droga, son algunos de los problemas que hacen intolerable su presencia en seguramente uno de los Centros Históricos más bellos del mundo.
Ha habido numerosas reuniones de conciliación, pero ni así: los payasos siempre acaban burlándose y saliéndose con la suya.
¿Hasta cuándo el gobierno del alcalde José Chedraui Budib va a seguir tolerándolos?
Parece que la paciencia se agota y se impone mano dura.
Porque esto ya es, sin ninguna duda, un pésimo chiste.