El proceso interno del PAN poblano para elegir a la próxima dirigencia estatal está exhibiendo la profunda crisis que vive este partido, en donde los dos bloques que se disputan la presidencia poco, o nada, les interesó tomar en cuenta el sentir de la militancia panista y exponer un proyecto de renovación de esta fuerza política que enfrenta sus peores resultados electorales. Las dos facciones que se enfrentan, la del panismo tradicional y el morenovallismo, han demostrado que únicamente les mueve alcanzar el control del albiazul para tener instrumentos de negociación con los gobiernos de la 4T y no, para convertirse en una oposición crítica y dinámica.
Un reflejo de esa crisis es que en el PAN los papeles se han invertido, o mejor dicho “su mundo está al revés”, si se analiza lo siguiente:
El panismo tradicional, que es controlado por Eduardo Rivera Pérez –el fallido candidato a la gubernatura—y que postula como candidato a Felipe Velázquez Gutiérrez –quien es un gris exalcalde de Atlixco–, apenas hace unos años era la corriente que reclamaba democracia interna en el PAN y exigía una libre participación de todas las corrientes del panismo.
Ahora, el grupo del panismo tradicional está buscando ganar por la vía de la imposición, de las trampas, al puro estilo del caldenorismo que se expresaba con la frase: “Haiga sido, como haiga sido”, luego del fraude en la elección presidencial de 2006.
El panismo morenovallista que tiene como su líder a la dos veces exdiputada federal Genoveva Huerta Villegas y como candidato a la dirigencia del partido a Mario Riestra Piña –quien fracasó como aspirante a la alcaldía de la ciudad de Puebla–, es una corriente que entre los años 2010 y 2018 se caracterizó por su autoritarismo e imposición. Es el periodo que dentro del PAN dejó de haber asambleas libres para que se eligieran candidatos a cargos de elección popular y los directivos del albiazul. La única voz que en esa época contaba era la del finado exgobernador Rafael Moreno Valle Rosas.
En el presente, la expresión morenovallista reclama una contienda democrática en el albiazul y se dedica a denunciar todas las prácticas autoritarias, tramposas, de sus adversarios, que son las mismas que antes utilizaba Moreno Valle dentro del partido.
En medio de estos dos grupos se encuentra la corriente del panismo de San Andrés Cholula, que tiene como líder al ex edil de ese municipio, Edmundo Tlatehui Persino, que han anunciado que no va a participar en el proceso interno del partido en repudio a que no se aceptó el voto de la militancia para elegir al próximo presidente estatal del PAN.
No es un asunto menor la actitud de los panistas sanandreseños, pues son los únicos que les fue bien en el proceso electoral de este año, pues arrasaron en los comicios del municipio. Sin contar, que esa demarcación tiene uno de los niveles más altos de militantes en la entidad y en el país.
Y paradójicamente los que están peleando el control del partido son los grandes perdedores del proceso electoral: Eduardo Rivera en la lucha por la titularidad del Poder Ejecutivo y Mario Riestra Piña en la disputa del ayuntamiento de la capital.
Si hubiera un poco de ética y pudor en el PAN poblano, Riestra y Rivera se tendrían que “ir a la banca”. Dejar que otros liderazgos no derrotados y devaluados asuman las riendas del partido de la derecha.
Rivera y Riestra no muestran ni un ápice de vergüenza de que mandaron al PAN a niveles electorales que tenía hace 30 años, cuando era una oposición alejada del poder político.
Ambos, están muy lejos de la altura política de dos personajes memorables: Germán Martínez Cazares y Manlio Fabio Beltrones.
El primero de ellos renunció a la presidencia nacional del PAN el 7 de julio de 2009, al asumir la responsabilidad del fracasó del albiazul en la elección federal intermedia del sexenio de Felipe Calderón Hinojosa.
El segundo dejó la presidencia nacional del PRI el 21 de junio de 2016, luego de que el tricolor acabó derrotado en el proceso de renovación de siete gubernaturas, durante la administración del presidente Enrique Peña Nieto.
Sin duda el papel más penoso es el de Eduardo Rivera, pues fue quien abogó ante las instancias nacionales del PAN para que no se aceptara el voto de la militancia como mecanismo de elección de la nueva dirigencia albiazul.
Es entendible, Rivera tenía miedo a que la militancia desairara el proceso electoral del albiazul, tal como ocurrió en la reciente renovación de la dirigencia nacional panista, en donde sólo acudieron a las urnas 2 de cada 8 miembros de la fuerza política de la derecha.
No conforme con haber rechazado el voto de la militancia, ahora está buscando excluir a 11 miembros del Consejo Estatal del PAN que apoyan la candidatura de Mario Riestra para lograr que gane su aspirante Felipe Velázquez, en la acotada votación que habrá en este órgano el próximo 15 de diciembre.
Eduardo Rivera está emulando a Rafael Moreno Valle, el mismo que lo persiguió y lo intentó encarcelar.