Las expresiones del gobernador electo en torno a su deseo de acelerar la selección de los integrantes de su gabinete, con el fin de aprovechar los seis meses de tiempo que hay por delante para el arranque de la nueva administración, condujeron a sorpresa y preocupación entre quienes recuerdan ejemplos del pasado reciente donde no fue una buena idea tener dos mandatarios y dos equipos de trabajo en labores de cogobierno.
Un caso ríspido fue protagonizado por los colaboradores del panista Rafael Moreno Valle y el priista Mario Marín.
Tras ganar la contienda electoral del 4 de julio de 2010, Moreno Valle pidió a Marín aparecer junto a él en los actos públicos más importantes y abrirle las puertas de la administración a sus enviados y representantes, quienes usarían esa oportunidad para conocer las entrañas de las dependencias y así ponerse a trabajar, sin perder tiempo en la curva de aprendizaje, inmediatamente después de que su jefe se convirtiera en gobernador constitucional.
Moreno Valle asumiría el poder hasta el 1 de febrero de 2011, siete meses después de la contienda electoral en la que barrió a Javier López Zavala y al PRI, pero en ese tiempo desapareció de escena a Marín y a su equipo de trabajo de primer nivel, lo que provocó roces y rencillas que casi tres lustros después no terminan de sanar.
Podría usted decir que no tiene sentido recurrir a ese ejemplo de cogobierno debido a que en esta ocasión, en pleno 2024, se tiene como protagonistas a dos personajes emanados del mismo partido político, Sergio Salomón Céspedes Peregrina, el que se va, y Alejandro Armenta Mier, el que llega, pero después hubo un caso que tuvo como actores principales a dos supuestos aliados y que también acabó mal.
Se trata del periodo que tuvo como jefes del Poder Ejecutivo (uno en funciones y otro electo) a Guillermo Pacheco Pulido, un político militante del PRI, pero designado gobernador interino por acuerdo de un Congreso morenista, y Miguel Barbosa Huerta, postulado por la 4T.
Barbosa ganó la elección extraordinaria de gobernador el 2 de junio de 2019 y rindió protesta el 1 de agosto, pero usó esos dos meses de periodo intermedio entre ambos acontecimientos para meterse él, a través de sus colaboradores, hasta la cocina y el patio trasero de cada una de las secretarías que formaban parte de la administración estatal de Guillermo Pacheco.
Aquí las tensiones y las peleas entre los servidores públicos que se iban y los que arribaban fueron más fuertes que las que en su momento se dieron entre morenovallistas y marinistas, con todo y que las áreas política y financiera del gobierno interino, encabezadas por Fernando Manzanilla y Jorge Estefan Chidiac, en ese orden, habían operado a favor de Barbosa en la contienda electoral.
A los pocos días de ganar los comicios, los enviados de Barbosa se adueñaron del gobierno, menospreciaron a quienes les habían tendido la mano en las primeras semanas y después, ya encumbrados en el poder, hasta procesos administrativos y judiciales les abrieron a varios de ellos.
Si la pugna de morenovallistas con marinistas se entendía en razón de las diferencias y la rivalidad partidista que los enfrentó en la elección, la de barbosistas con pachequistas no tenía lógica alguna, pero se dio a partir del ego que lleva a conducirse con prepotencia a quienes están por acceder al paraíso del poder y del resentimiento que va quedando en los lastimados que están por marcharse.
Por eso llamó la atención que Alejandro Armenta manifestara este lunes su interés por apresurar la presentación del futuro gabinete, una vez que Claudia Sheinbaum haga lo propio a nivel federal.
Es bueno que el mandatario electo quiera aprovechar los seis meses que tiene por delante para arrancar sin dilaciones, Puebla lo requiere, pero hará bien en pedir a su equipo que se incorpore con cuidado, sin rebasar las líneas marcadas en el marco de las responsabilidades públicas, para no entorpecer o frenar el último jalón de un gobierno sustituto que lo viene haciendo bien hasta el día de hoy.