Si Mario Marín Torres hubiese gobernado en la era de la Inteligencia Artificial, es decir, 18 años después de aquel audioescándalo estallado un 14 de febrero de 2006, muy probablemente no estaría hoy en prisión, acusado por la comisión del delito de tortura en contra de la periodista Lydia Cacho.
El exmandatario andaría libre y quizá sin remordimientos, pero no por ser inocente, sino por el salvoconducto que le habría otorgado esa novedosa herramienta tecnológica que, a la mitad de la tercera década del siglo 21, permite, en efecto, construir conversaciones falsas desde cero que resultan sorprendente y peligrosamente reales, auténticas.
De haber empatado en tiempo y espacio aquella conversación, la de Mario Marín con el empresario textil de origen libanés Kamel Nacif Borge, con la nueva tecnología, habría tenido cierta congruencia argumentativa esa afirmación que el entonces gobernador repitió hasta el hastío –de él y de quienes lo escuchaban– para tratar de salir de la crisis: “sí es mi voz, pero no es mi voz”.
La explicación del Mario Marín de entonces conducía a burlas y a una mayor indignación. Ante la falta de un buen pretexto, aunque fuese tecnológico, la condena pública y social, que lo dio por culpable, fue unánime.
El mandatario no se recuperó jamás de aquella exhibida que confirmó su papel en una confabulación orquestada desde el poder para encarcelar a una mujer que involucró a Nacif Borge en una red de prostitución infantil que operaba en Quintana Roo.
Marín acabó su sexenio, protegido por el presidente Felipe Calderón, pero arrastró en su desprestigio al PRI, que perdió la elección de gobernador de 2010, y solo hasta 15 años después del escándalo fue detenido y encarcelado, por un auto de formal prisión que le fue dictado el 6 de febrero de 2021, en tiempos políticos muy diferentes, los de López Obrador y la 4T.
Casi dos décadas después de aquel acontecimiento, que tuvo como protagonista nacional e internacional al estado de Puebla, la Inteligencia Artificial ha cambiado la forma en la que se deben y se tienen que revisar los audios comprometedores atribuidos a los personajes públicos.
Gracias a esa herramienta, las conversaciones maquinadas en oficinas de (mala) comunicación social, los famosos cuartos de guerra, pueden irrumpir principalmente en procesos electorales –como el actual– para minar la competitividad del adversario, lo que representa un riesgo grave para la participación libre y juiciosa de los ciudadanos, pero su existencia también puede volverse la excusa que requieren los políticos, y que no tuvo Mario Marín, para salir airosos del desprestigio público.
Martí Batres, en la Ciudad de México, recurrió el año pasado a la IA para esquivar la filtración de un audio que lo enfrentaba directamente con Claudia Sheinbaum por evidenciarlo como opositor de la precandidatura de Omar García Harfuch.
“Está circulando un audio en el que se pretende atribuirme expresiones relacionadas con el proceso interno de Morena en la Ciudad de México. Aclaro que es totalmente falso. Nunca he hecho tales afirmaciones. Está producido con Inteligencia Artificial. No es real”, expuso entonces el jefe de Gobierno de la capital del país en la red social X.
Esta semana la polémica reventó en Puebla, teniendo a Paola Angon, presidenta municipal de San Pedro Cholula, y a Néstor Camarillo, dirigente estatal del PRI, como protagonistas.
El contenido del audio filtrado de manera anónima encajó en los términos de una especulación que ya se hacía entre algunos de los integrantes de la coalición Mejor Rumbo para Puebla y el círculo rojo: que Angon había pagado a Camarillo por una candidatura que no iba a recibir y que pedía su dinero de regreso.
Ambos le quitaron crédito a lo que ahí se escucha.
Ella dijo que era un audio falso, nada más, y él, como Batres, acusó que se había armado con Inteligencia Artificial, bajo la autoría intelectual de Jorge Estefan, Eukid Castañón (“el ave de las tempestades”) y Eduardo Alcántara.
Aunque en la percepción se juzgue una cosa, en su favor jurídico tendrán el salvoconducto de la tecnología, lo mismo que todos aquellos políticos, hombres y mujeres, que en lo sucesivo sean exhibidos en conversaciones –reales en apariencia– comprometedoras y vergonzosas.
Ese es el doble riesgo de la existencia de la Inteligencia Artificial.
Por un lado, generará contenidos falsos que atentarán contra la integridad de las personas, los políticos entre ellas, y por otro, servirá de “argumento” para librar las auténticas metidas de pata.
Los segundos, que suelen irse de la lengua a la menor provocación, podrían seguir la sugerencia que ayer mismo hizo el gobernador Sergio Salomón Céspedes a propósito de este episodio: “cuidemos lo que decimos”.
Y tiene razón.
El sentido común debe ser todavía más requerido y valorado que la IA, en bien de la sobrevivencia humana.