En el último tramo de su sexenio, AMLO continuará repitiendo la receta que nos ha aplicado desde hace más de dos décadas a los mexicanos.
El animal político estará apostando por vender espejitos y utilizar la demagogia para retener a sus fanáticos e intentar hacerse de nuevos simpatizantes. Muestra de ello es su arrebato de las pensiones.
De entrada, suena maravilloso que un país, el que sea, garantice que su población cuente con un ingreso digno al concluir su vida laboral, sin embargo, lo difícil de cumplir ese sueño estriba en garantizar que existan los recursos suficientes para que no se comprometan las finanzas públicas.
Si a la falta de un plan realista le sumamos la advertencia que lanzó ayer Andrés Manuel, tenemos un peligroso cóctel, porque más de una persona aplaudirá la falacia para desaparecer a los organismos autónomos y más si con ese dinero, supuestamente, se pagarán las pensiones.
En la realidad es inviable que el proyecto de pensiones se vuelva sustentable, sin embargo, como promesa y sueño a futuro, muchos caerán en la trampa y defenderán a su mesías.
Y con ello atizará la guerra contra espacios como el Instituto Nacional de Transparencia (INAI), al que se la tiene sentenciada, justamente por no someterse a sus designios y caprichos.
En cinco años como presidente, López Obrador ha demostrado que es completamente intolerante a que se cuestione su gobierno por los contratos otorgados, los nulos resultados en economía o la creciente ola de violencia que tiene asolado al país.
La autonomía, transparencia y rendición de cuentas, definitivamente, han sido el mayor dolor de cabeza de AMLO y antes de irse, está dispuesto a cumplir su venganza.
Ni más ni menos.
El fantasma del COVID
Con la llegada y pandemia del coronavirus en 2020, vivimos una de las etapas más críticas de la historia moderna. Todos, de una u otra forma, fuimos sacudidos, todos perdimos algo o, peor, a alguien. La vida cambió drásticamente entre el confinamiento, la sana distancia, las vacunas y el uso obligatorio del cubrebocas.
En particular, el tema de las mascarillas fue de lo más controvertido en México y el mundo.
Declaraciones irresponsables como las que se lanzaron desde la mañanera, tanto por AMLO como por Hugo López-Gatell, llevaron a la desconfianza y a la irracional rebeldía.
Años después de que se implementó, el uso de cubrebocas se ha ganado su propia reputación. Hoy está más que demostrado que su uso –voluntaria u obligatoriamente– ayuda drásticamente a reducir los contagios de COVID, pero también de gripe y otras enfermedades respiratorias.
Y es precisamente ahí en donde debemos retomar su uso correcto, no solo porque los científicos, como la rectora Lilia Cedillo lo digan o porque la Canirac lo solicite en los restaurantes. Se trata, más bien, de ser responsables y ayudar a que los hospitales no se saturen, a que nuestros viejos no mueran y que menos personas terminen con las largas y complicadas secuelas.