Si un ex presidente debe todo, ése es Luis Echeverría Álvarez.
El próximo 17 de enero cumplirá 100 años de edad, aunque desde hace varios —dicen sus íntimos— padece Alzheimer.
Es decir: ya no recuerda quién es ni dónde estuvo, por ejemplo, el 2 de octubre de 1968 o el 10 de junio de 1971.
No recuerda qué órdenes dio en esas horas ni a quiénes se las dio.
Lo único que sabe es que no sabe.
(Para Sócrates ésa era la mayor demostración de sabiduría).
Echeverría quiso ser poeta.
No pudo.
Intentó ser narrador.
Tampoco pudo.
Sus años mozos no le bastaron para tener la suerte y el pulso necesarios como para escribir —disciplinadamente y con cierto talento— a la luz de la incertidumbre.
Lo suyo siempre fue, faltaba más, la certidumbre.
O algo parecido a eso.
Por eso se dedicó a la burocracia y al ascenso metódico en las nóminas gubernamentales.
Ahí fue alimentando al poeta o al narrador frustrado.
Cómo no hacerlo teniendo como mano derecha a un personaje de la novela negra: Fernando Gutiérrez Barrios.
Juntos construyeron conspiraciones, guerras sucias, cadáveres en el ropero, insidias, difamaciones, calumnias…
Y juntos armaron también a sus personajes oscuros, los mismos que en su momento trataron de olvidar.
Gutiérrez Barrios no enfrentó como Echeverría o Diaz Ordaz a los fantasmas del 68.
Murió antes de que lo asaltaran en la noche —en su propia cama—, muy cerca de la Virgen de los Remedios: patrona de los desesperados y de los que no pueden dormir.
Echeverría, en cambio, sobrevivió para mal.
Y es que tras jornadas brutales de insomnio o pesadillas, terminó olvidando hasta los rostros de sus hijos o sus nietos.
¿Qué es lo peor que le puede pasar a un hombre de poder: perder éste o la memoria de haberlo tenido?
La única ganancia, si la hay, es que el Alzheimer ya mató todo lo que era.
Los crímenes del 68 y del 71, por ejemplo.
Echeverría era el candidato ideal para estar en la boleta de este domingo en el contexto de la consulta popular para saber si se juzgará o no a algunos ex presidentes mexicanos.
Era.
El Alzheimer lo salvó.
El propio o el de algunos asesores del presidente López Obrador que se olvidaron de él.
Por cierto:
Qué pena que quienes acudan el domingo a votar se encuentren con esta pregunta, hija de un señor apellidado Leguleyo:
“¿Estás de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes con apego al marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos, encaminado a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?”.
Además de mal redactada, la puntuación es pésima.
Sus autores son los que ganan un millon de pesos mensuales, cada uno, y que cobran como ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Qué laureles tan verdes, qué tópicos tan tristes, qué ministros tan hechizos.