El resultado de este domingo demuestra que Morena y la mayoría de sus políticos en Puebla no saben ganar una elección sin que Andrés Manuel López Obrador esté en las boletas electorales; pero también fue una demostración de que hay una creciente ola, sobre todo de estratos de clase media, que han formado una poderosa ola “anti–AMLO”, que debería preocupar al propio presidente de la República.
Las cifras de este domingo se explican por cuatro variantes. La primera es que hubo un voto no estructurado y espontáneo de importantes núcleos de la clase media de los municipios urbanos más importantes del estado, que salieron a votar en contra del proyecto del presidente Andrés Manuel López Obrador y encontraron en la alianza del PRIAN el escaparate para manifestar ese rechazo.
Tan es así, que los más sorprendidos resultaron ser los propios panistas –que fueron los principales privilegiados por el resultado electoral–, que no esperaban ganar en plazas como en San Andrés Cholula, San Pedro Cholula y Coronango. O que, en la capital, la diferencia frente a Morena no sería por arriba de los 6 o 7 puntos.
Una segunda variante es que los candidatos y los partidos políticos de la 4T hicieron campañas electorales mediocres e impregnadas por sus conflictos internos, que no lograron concitar el voto del grueso de los electores obradoristas. Que son esos ciudadanos que no se identifican con alguna fuerza política y desde 2006, salen a sufragar únicamente por López Obrador.
Por eso, ante un importante índice de abstención, el voto de la clase media “anti–AMLO” fue una poderosa marejada contra la incapacidad de Morena de movilizar a todos los seguidores obradoristas.
La tercera variante es que en Morena cometieron la grave torpeza de no entender que la población siente mucho rechazo a la reelección de autoridades y sobre todo, cuando han sido malos gobernantes. Y sin observar esa condición, que se percibía desde hace mucho tiempo en los estudios de opinión pública, se decidió mandara a casi todos los alcaldes morenistas a buscar repetir en el cargo.
Lo ediles de Morena, encabezados por Claudia Rivera Vivanco, no supieron entender el sentido de rechazo a la reelección que ha mostrado el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien ha sido persistente en invocar la máxima maderista de: “Sufragio efectivo, no reelección”.
Y la cuarta variable es que ninguno de los gobiernos locales de Morena ofreció algún resultado positivo en los tres últimos años.
Hubo pobres esfuerzos por castigar la corrupción, ausencia de programas de obra pública y ninguna mejora en los servicios públicos, así como un claro incumplimiento con las promesas de campaña de 2018, como el dejar intacta la privatización del servicio de agua potable y el reducir los índices delictivos.
El problema de fondo es que la mayoría de los gobernantes y legisladores de Morena en Puebla basaron todas sus expectativas en que la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador era su salvavidas para trascender otro trienio. Por eso nunca se hizo un esfuerzo por gobernar mejor que las administraciones del PRI y del PAN.
Los diputados de Morena, en lugar de mostrarse proclives al diálogo y comprometidos con los proyectos de la agenda legislativa de izquierda, se dedicaron a ser igual o de peor que autoritarios que sus homólogos del PRI y el PAN.
Y los presidentes municipales de Morena nunca entendieron que un proyecto correcto de izquierda es mostrar honradez en el manejo del gasto público y sobre todo, ofrecer proyectos sociales con beneficios hacia toda la población.
Creyeron que la innovación de gobernar era ponerse tenis, disfrazarse de catrina, bailar en videos de Tik–Tok y salir a marchar a las calles.
También creyeron que la prioridad era enfrentar sus batallas internas, entre los integrantes de la 4T, que se odian entre todos ellos por problemas de egos, de vanidad y hasta problemas de corrupción.
A todo lo anterior hay que sumar un grave error del presidente Andrés Manuel López Obrador de ser persistente en dividir a la población entre “fifís” y progresistas.
Eso llevo a que un sector de la población, con un alto sentido clasista y a veces racistas, saliera a cobrárselas en contra del presidente.
Todos estos factores llevaron a que la 4T, en la mayoría de las plazas que se ganaron en 2018, fueran proyectos que no sobrevivieran a un trienio.