A lo largo de las calles empedradas, el aire se impregna de aromas a ponche caliente. Piñatas multicolores adornan el paisaje de la colonia mientras el sol busca reposo detrás del horizonte. Es diciembre, y un grupo de vecinos se reúne en la plaza principal. Luces navideñas parpadean en las fachadas coloniales, y el eco de risas infantiles anticipa lo que está por venir: una posada, esa festividad que une el pasado con el presente en un ritual de fe, comunidad y alegría.
Las posadas tienen sus raíces en la época colonial, cuando los frailes españoles, como Fray Pedro de Gante y Fray Diego de Soria, adaptaron antiguas tradiciones europeas y prehispánicas para evangelizar a los pueblos indígenas. Inspiradas en las novenas católicas y en el relato bíblico del peregrinar de María y José en busca de refugio en Belén, estas celebraciones se introdujeron en México en el siglo XVI. El término “posada” proviene del latín positum, que significa “alojamiento”, simbolizando la hospitalidad negada y finalmente otorgada a la Sagrada Familia.
Mientras el grupo se organiza, divididos en “peregrinos” y “posaderos”, un niño vestido de José lidera la procesión con una vela en mano. Cantan al unísono: “en el nombre del Cielo, os pido posada…”, y las voces se elevan en la brisa fresca de la noche. Las casas vecinas, adornadas con faroles de papel y guirnaldas de flores, responden con el tradicional rechazo: “aquí no es mesón, sigan adelante…”. Es un diálogo cantado que se repite puerta a puerta, evocando esa búsqueda ancestral de cobijo.
El significado profundo de las posadas trasciende lo religioso; representan la lucha contra la indiferencia, la importancia de la solidaridad y la victoria del bien sobre el mal. En sus orígenes, los frailes las utilizaron para enseñar valores cristianos, fusionándolos con elementos locales como las piñatas –heredadas de las culturas mesoamericanas y simbolizando con sus picos los siete pecados capitales que se “rompen” con la fe–. Hoy, en México, son un emblema de identidad cultural, declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO en 2019, que fortalecen los lazos comunitarios en un mundo cada vez más individualista.
La procesión avanza y, al fin, en la última casa, se concede la entrada: “entren, santos peregrinos…”. El patio se ilumina con velas y luces LED, y la multitud irrumpe en aplausos. Mesas rebosan de tamales humeantes, atole cremoso y buñuelos espolvoreados con azúcar. Los niños, con ojos brillantes, se arremolinan alrededor de la piñata en forma de estrella, que gira suspendida de una cuerda. Un bastón en mano, vendados de los ojos, golpean a tientas con entusiasmo, liberando dulces y frutas que caen como una lluvia de bendiciones.
A lo largo de los nueve días previos a la Nochebuena, cada posada conmemora un aspecto del viaje bíblico: la humildad, la perseverancia, la esperanza. Esta tradición no solo sobrevive, sino que evoluciona; en la era digital, se comparten videos en redes sociales, y las canciones se acompañan de guitarras acústicas o incluso playlists modernas. Sin embargo, su esencia permanece intacta: un recordatorio de que, en medio del bullicio cotidiano, la hospitalidad y la unión familiar son el verdadero refugio.
La noche culmina con bailes al son de villancicos y el calor de un fuego que ahuyenta el frío invernal. En este rincón del centro de México, la posada no es solo una fiesta; es un puente vivo entre siglos de historia y el pulso actual de una nación que celebra su herencia con pasión. Si visitas durante diciembre, únete: aquí, cada puerta abierta es una invitación a redescubrir el significado de la Navidad mexicana.
Detalles sobre las piñatas prehispánicas
Aunque las piñatas modernas que conocemos –especialmente las de papel maché en forma de estrella con siete picos– son un producto del sincretismo colonial del siglo XVI en México, sus raíces prehispánicas son un elemento clave en su historia. No existían “piñatas” como tales en la época prehispánica (el término viene del italiano pignatta, que significa “olla frágil”), pero había prácticas rituales muy similares que involucraban romper vasijas de barro decoradas y rellenas de ofrendas.
La tradición mexica (azteca) principal
Durante el mes de Panquetzaliztli (que coincidía aproximadamente con diciembre en el calendario gregoriano), los mexicas celebraban el nacimiento o la renovación del dios Huitzilopochtli (dios del sol y la guerra). Como parte del ritual:
• Colocaban una olla o vasija de barro en lo alto de un poste o madero en el templo.
• La decoraban con plumas coloridas, listones o elementos preciosos.
• La rellenaban con ofrendas como granos, semillas de cacao (preciosas en esa época), pequeñas piedras preciosas, plumas o tesoros simbólicos.
• Sacerdotes o participantes la rompían con un palo, liberando las ofrendas que caían como una “lluvia” de bendiciones o favores divinos, simbolizando abundancia, renovación y gratitud al dios.
Esta práctica se realizaba en el solsticio de invierno y representaba la victoria del sol (Huitzilopochtli) sobre la oscuridad.
Otras referencias prehispánicas
Algunos historiadores mencionan juegos similares entre los mayas, donde se rompían ollas de barro colgantes con los ojos vendados, posiblemente como entrenamiento o entretenimiento ritual.
En general, las vasijas de barro eran comunes en rituales mesoamericanos para ofrendas, y romperlas liberaba lo contenido como acto simbólico de fertilidad o gratitud a los dioses.
El sincretismo colonial
Cuando llegaron los frailes agustinos en el siglo XVI (especialmente en Acolman, Estado de México), encontraron esta costumbre similar a tradiciones europeas (de origen posiblemente chino vía Marco Polo, y adaptadas en Italia y España para la Cuaresma). La adaptaron para evangelizar:
• Transformaron la olla prehispánica en la piñata cristiana.
• Agregaron los siete picos para representar los siete pecados capitales.
• Romperla con los ojos vendados simboliza la fe ciega que vence al mal, y los dulces/frutas que caen son las recompensas divinas.
Así, la piñata mexicana actual es una fusión: la estructura básica (vasija colgante decorada, rota para liberar contenido) proviene en gran parte de estas tradiciones prehispánicas, mientras que el simbolismo religioso y la forma estrellada son coloniales.
En resumen, las “piñatas prehispánicas” eran esencialmente ollas rituales de barro usadas en ceremonias a Huitzilopochtli, y su legado vive en el acto festivo de romper algo colgante para que “lluevan” bendiciones, hoy dulces y frutas en las posadas navideñas. ¡Una hermosa muestra de cómo las tradiciones se entretejen a lo largo de la historia!





