La tensión en la relación entre México y Estados Unidos está lejos de ser una cuestión ficticia. Desde hace décadas, ambos países han caminado sobre una cuerda floja marcada por el dilema entre cooperación y soberanía.
Hoy, con temas como el tráfico de fentanilo, la seguridad fronteriza y las amenazas comerciales, esta cuerda parece más frágil que nunca.
Históricamente, Estados Unidos ha presionado a México para obtener resultados concretos en la lucha contra el narcotráfico, pero esta presión se ha intensificado en fechas recientes.
En noviembre de 2019, Donald Trump amagó con declarar a los carteles mexicanos como organizaciones terroristas tras la masacre de la familia LeBaron. Aunque este anuncio no se concretó, dejó claro que el vecino del norte estaba dispuesto a intervenir más allá de sus fronteras.
Más recientemente, en septiembre de 2022, legisladores estadounidenses retomaron la amenaza de designar a los carteles como grupos terroristas, argumentando que el tráfico de fentanilo representa una crisis de seguridad nacional.
Estas declaraciones fueron acompañadas de propuestas para autorizar operaciones unilaterales en territorio mexicano, una medida que encendió las alarmas en Palacio Nacional.
Por su parte, México también ha mostrado su capacidad de respuesta cuando los intereses nacionales están en juego.
En junio de 2019, tras la amenaza de Trump de imponer aranceles progresivos a todas las exportaciones mexicanas si no se detenía la migración hacia Estados Unidos, el gobierno mexicano desplegó a la Guardia Nacional en sus fronteras. Esta medida evitó los aranceles, pero puso de manifiesto el alto costo de negociar bajo presión.
En el plano comercial, el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) ha sido otro campo de batalla.
En julio de 2022, Washington y Ottawa iniciaron consultas sobre las políticas energéticas mexicanas, alegando que favorecen a empresas estatales en detrimento de las privadas extranjeras. Aunque estas disputas aún están en curso, han dejado claro que el ámbito económico también se utiliza como herramienta de presión política.
Hoy, el tema del fentanilo se ha convertido en el epicentro de las tensiones bilaterales. Mientras Estados Unidos exige resultados inmediatos, México insiste en que el problema no puede resolverse con amenazas ni acciones unilaterales.
La presidente mexicana ha señalado repetidamente que el flujo de armas desde Estados Unidos alimenta la violencia en México, un tema que rara vez se aborda con la misma contundencia desde el norte.
La relación entre ambos países se encuentra en un punto crítico. Mientras Estados Unidos exige resultados visibles en la lucha contra el narcotráfico, México defiende su soberanía y subraya la necesidad de abordar las causas estructurales de estos problemas. Pero el tiempo apremia, y los plazos políticos no siempre coinciden con la realidad compleja de los desafíos compartidos.
Con un pasado lleno de amagues y amenazas, la pregunta es si ambas naciones podrán superar la desconfianza mutua para construir una colaboración efectiva, o si continuarán tensando una relación donde los intereses políticos parecen pesar más que las soluciones reales.
El costo de esta decisión no será pagado por los políticos de Washington o Ciudad de México, sino por las comunidades a ambos lados de la frontera.