El proceso electoral de 2024 será, sin lugar a dudas, el proceso en el que más mujeres participen políticamente, habrá más mujeres en las distintas candidaturas, empezando por la Presidencia de la República, donde por primera vez en la historia existe la gran posibilidad de que una mujer altamente competitiva como lo es Claudia Sheinbaum, logre romper un techo de cristal de un espacio vetado para las mujeres en México hasta este momento.
Lo que claramente ha provocado una reacción patriarcal, la de un sistema político machista y misógino que se resiste a que una mujer pueda gobernar el país. Y esto no lo digo yo, lo dicen los análisis realizados en Google Trends que demuestran que hay más de 246 mil menciones ofensivas consideradas como ataques de género, contra Claudia Sheinbaum en redes sociales y medios de comunicación, contra 43 mil generadas contra Xóchitl Gálvez.
Lo cierto es que ninguna de las dos debería ser atacada por su condición de género en el desempeño de su participación política. Este tipo de ataques ponen de manifiesto lo machista y misógina que es la sociedad, que además juzga con un doble estándar. A un hombre político no le cuestionan si está casado, separado o divorciado, tampoco le cuestionan si está muy flaco o con sobrepeso, tampoco si se debería maquillar más o cambiar su vestimenta, si usa botox, o tiene alguna cirugía estética. Sin embargo, a las mujeres se les cuestiona todo eso y mucho más, entrando en controversia el clásico y muy violento comentario de que si es amante de alguien o de si es controlada por alguien, y ese alguien, siempre es un hombre; lo que genera que las mujeres sean percibidas como personas sin capacidad de agencia y controladas por un hombre, como si las mujeres políticas no pudieran ser autónomas y representadas por ellas mismas.
Y esto no es únicamente contra Claudia Sheinbaum, en general es en contra de las mujeres políticas, específicamente contra aquellas que incomodan, que cuestionan, que sobresalen y que ponen en riesgo el estatu quo.
De Luisa María Alcalde, la secretaria de Gobernación más joven de la historia, dijeron cuando fue nombrada, que seguro era amante de alguien, y usaron imágenes de una modelo en lencería para sexualizarla diciendo que era ella, ejerciendo así violencia política contra su persona.
De Citlali Hernández, la senadora de Morena, Ricardo Salinas Pliego, el magnate de TV Azteca, quien se supone que por su privilegiada posición económica y educativa, debería ser ejemplo de respeto y no discriminación, recientemente fue sancionado por la Comisión de Quejas del INE, por ejercer violencia política en razón de género contra la senadora, ya que haciendo uso de su influencia en redes sociales, ha instigado a la violencia contra ella con comentarios gordofóbicos, discriminatorios y misóginos.
Todo esto pone en evidencia que no importa la edad, el físico, ni el cargo, la violencia política contra las mujeres se ejerce por misoginia y patrones culturales patriarcales, donde no importa si lo hace una persona común y corriente en el anonimato y la cobardía de una cuenta de redes sociales, o si la ejerce uno de los hombres más ricos del país como Ricardo Salinas, la violencia política contra las mujeres es violencia política la ejerza quien la ejerza, y hace bien la autoridad electoral en evidenciarla y sancionarla.
A un año del proceso electoral más grande y con más participación femenina en la historia, no podemos normalizarla ni mucho menos justificarla, debemos señalarla y condenarla. Es lamentable que la mayor parte de los ataques de género provengan de expresiones políticas contrarias a la izquierda, tal como lo muestran los análisis de Google Trends, pero si algo nos deja ver con claridad, es en qué espectro político se encuentran los misóginos y machistas, y es evidente que están del lado conservador, el que se ha negado por años a reconocer los derechos de las mujeres y que hoy se resiste también a que logren irrumpir y tomar los espacios de toma de decisión a los que las mujeres tenemos derecho, y esa no es ninguna novedad.