¿Estamos realmente preparados para asumir las consecuencias de nuestras decisiones cuando nacen de nuestras convicciones más profundas? Posiblemente la respuesta sea negativa. Saber que lo que realmente nos hace diferentes no parte de cómo nos desenvolvemos socialmente, sino en cómo defendemos nuestros valores y creencias en las situaciones más adversas.
Pocos deportistas pueden ufanarse de mostrar coherencia entre sus ideales y sus acciones. Un ejemplo fue Cassius Marcellus Clay Jr., quien con el tiempo cambió su nombre a Muhammad Ali, a quien recordamos recientemente por su aniversario luctuoso del 3 de junio.
Saber qué parte contar de la vida del mejor boxeador de todos los tiempos no es una tarea menor. Anécdotas, tragedias y hazañas marcaron la vida de Ali: desde convertirse, siendo muy joven, en medallista de oro en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, hasta sus grandes combates contra Sonny Liston, donde se coronó campeón mundial; sin olvidar los encuentros contra Joe Frazier y la épica «Pelea en la Selva» contra George Foreman. Sin embargo, de las más de sesenta contiendas que disputó como profesional, quizá la más desafiante no se libró en el ring, sino en su interior: mantenerse fiel a sus convicciones.
En abril de 1967, Muhammad Ali fue seleccionado para unirse a las tropas estadounidenses y combatir en la Guerra de Vietnam. En ese momento, el boxeador nacido en Kentucky se negó rotundamente a ser reclutado, citando sus creencias religiosas y políticas. No se trataba solo de tener valor para ir al sudeste asiático a pelear en un conflicto enmarcado en la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Se trataba de entender por qué la gente blanca estadounidense sí tenía la posibilidad de recurrir a alguna argucia jurídica para evitar el campo de batalla. Significaba ser coherente con sus ideales, aunque eso implicara enfrentar duras consecuencias.
Las críticas no tardaron en aparecer; lo llamaron «cobarde» por no defender a su nación. Alí respondió: «Yo no tengo problemas con los vietcong, porque ningún vietcong me ha llamado nigger». Con esa frase dejó inmortalizado un eslogan de resistencia que denunciaba la hipocresía social: solemos reprochar a los demás, pero rara vez ejercemos una verdadera autocrítica. Ali expuso la contradicción de exigir justicia en el extranjero mientras se negaban los derechos más básicos dentro de las propias fronteras.
Rehusarse al servicio militar le costó a Ali una condena de cinco años de prisión y el pago de una multa de 100 mil dólares. El campeón logró permanecer en libertad condicional tras pagar la fianza, pero comenzó un largo proceso judicial que lo llevó hasta la Suprema Corte de Justicia. En el ámbito deportivo, le revocaron su licencia para boxear durante más de tres años, y la Asociación Mundial de Boxeo (WBA) le quitó el título de los pesos pesados. Aquellos años de suspensión fueron los más difíciles para él, no solo por las pérdidas económicas, sino porque se encontraba en el apogeo de su carrera. Durante ese tiempo, se le ofrecieron alternativas legales: podía aceptar misiones de bajo riesgo en Vietnam o participar en exhibiciones militares. Pero Muhammad (digno de alabanzas) Ali (el más alto) decidió honrar el nombre que había escogido años atrás.
En septiembre de 1970, un juez federal de Texas determinó que las sanciones impuestas al boxeador eran “arbitrarias e irrazonables”, lo que permitió que Ali regresara al ring. No obstante, su postura ya se había transformado en un ícono de resistencia dentro del movimiento por los derechos civiles y, sobre todo, en una defensa firme de la libertad de conciencia de todo ser humano.
Recordar el legado social y político de Ali nos invita a reflexionar sobre nuestras propias acciones hoy. Nos impulsa a preguntarnos si lo que hacemos en nuestra vida diaria está realmente alineado con las ideas y valores que decimos defender. No se trata de pretender ser recordados como él, sino de tener la paz interior de acostarnos cada noche con la certeza de que fuimos conscientes, coherentes y valientes al actuar según lo que realmente queremos ser.
Desde las Gradas de la Historia, recordamos con admiración la coherencia de Muhammad Ali, un ejemplo valiente de integridad que, aún hoy, nos confronta en un mundo donde suelen prevalecer la hipocresía y la falsedad.
Facebook: Othón Ordaz Gutiérrez
X: @othon_ordaz