Todas y todos los mexicanos dejamos pasar por alto, antes de las elecciones del pasado 2 de junio, que lo más importante de ese proceso era que, independientemente de cualquiera de los dos punteros que ganara, por primera vez en México una mujer iba a gobernar a nuestro país. No había registro, ni en la época prehispánica, de que una mujer ocupara el máximo cargo de gobernante.
Yo no estoy segura, estimadísimo lector, de que si López Obrador hubiera escogido a un sucesor hombre hubiera perdido contra una contrincante mujer; porque de lo que sí estoy segura es que el partido Morena iba a ganar estas elecciones. Tampoco estoy segura de que México aún en estos tiempos haya estado preparado para ser gobernado por una mujer. Toda la carga antropológica social podría respaldar lo antes escrito.
Pero hasta en ello fue magistral el expresidente Andrés Manuel López Obrador, en que su sucesora fuese una mujer y como plus político para él, una mujer de fidelidad innegable para con el líder indiscutible que no había tenido la historia política de México, podremos o no estar de acuerdo con AMLO, pero quienes tenemos dos dedos de frente y no estamos polarizados, podemos observar las características de su liderazgo carismático.
Pues, entre que la “imposición”, los escándalos de las campañas, el deslinde o no de Claudia hacia Andrés (obvio, quien hubiera pensado eso sería soñador o pobre iluso) a todos se nos olvidó que lo más importante es que por primera vez tenemos PresidentA. Y Claudia Sheinbaum, por lo menos en su magistral discurso político de toma de protesta, nos lo recordó.
Esto es oxígeno puro para el movimiento lopezobradorista, que desde 2018, cuando cientos de mujeres ocuparon cargos de elección popular se olvidaron del único movimiento social emergente que existe en México: el de las mujeres, que aunque se olvidaron de ellas, el movimiento tan grande y fuerte como la sororidad en América Latina, siguió conquistando espacios, empujando leyes, modificando el lenguaje, hasta el punto en el que este país es más inclusivo que hace seis años y todo ha sido gracias a ellas.
Nuestra PresidentA es innegablemente “la elegida”, pero sus primeros pasos han estado marcados de simbolismos, porque nada de lo que se deja pendiente del sexenio anterior ella lo puede hacer explícito y no lo hará. Pero lo primero que marcó con un sello de certidumbre (y quizá para algunos un poco de temor porque sabemos lo que significa tanto poder a las Fuerzas Armadas) incluso antes de ser PresidentA, fue aquella fotografía en la salutación al presidente de las Fuerzas Armadas López Obrador y la presidenta electa, Claudia Sheinbaum.
Este fue el primer mensaje colmado de simbolismos que dan certidumbre ante un panorama adverso de la devastadora política contra el crimen organizado durante el pasado sexenio. Un simbolismo más, es romper el estereotipo de mujer=debilidad, que cientos de miles de militares “se cuadren” ante ella la empapa de poder, de ese poder asociado (lamentablemente aún) a lo masculino.
Ya como PresidentA, los simbolismos fueron más obvios: un hermoso vestido blanco confeccionado por una mujer oaxaqueña, el bastón de mando de los pueblos originarios, otorgado por una mujer. Del discurso: la idolatría al ídolo de cerca de 60 millones de mexicanos, la continuación de la llamada 4ª transformación, la esperanza no solo de aquellos que reciben los programas sociales sino de aquella clase “intelectual”, artistas, académicos que quedaron desilusionados al no ser tomados en cuenta y que revive Sheinbaum su ilusión al ser una mujer con grados académicos y rodeada de eruditos en las materias para su gabinete (que, ojo, no es lo mismo la teoría que la práctica y deben acompañarse de buenos ejecutores y operadores) y de un “Batman” (Omar Harfuch) que suena a un buen gabinete y a una buena presidenta.
El tiempo lo dirá.