El actual PAN poblano, tanto sus dirigencias municipal y estatal, requiere de una limpia total, de un auto análisis y de la auto critica, de una purga y una limpia que les permita recobrar la dignidad y las ganas de convertirse en una oposición inteligente y madura.
De lo contrario, si sus actuales protagonistas se siguen peleando y arrebatando lo poco que queda de su partido, de su estructura y de su gente van a terminar como el PRD poblano, en el exterminio.
Porque los únicos culpables de la debacle panista en los comicios pasados, en los que Morena les puso una paliza histórica -local y nacional- son sus mismos dirigentes.
Ni más, ni menos.
No hay que buscar ni analizar mucho para entender que las actuales tribus azules en Acción Nacional, sus guerras intestinas y sus disputas, terminaron por hundir sus posibilidades de triunfo.
De hecho, los dos grupos más grandes e importantes en el PAN poblano, encabezados por Eduardo Rivera Pérez, el excandidato perdedor al gobierno del estado, y el de la diputada federal electa Genoveva Huerta Villegas, nunca se perdonaron.
Ni Lalo le fue sincero y derecho a Genoveva, ni ella tampoco sucumbió y confió en sus pactos y promesas.
Su guerra personal nunca cedió.
Más bien sucedió todo lo contario porque Genoveva operó muy bien en el interior del estado, donde tiene más seguidores y fuerza, y la promoción que realizó para su candidato, hay que decirlo, no fue necesariamente en beneficio del abanderado panista.
Y qué decir de los dirigentes municipal y estatal del PAN, Jesús Zaldivar Benavides y Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández, respectivamente, quienes también se dividieron y tiraron a la hamaca en la campaña y la elección para ceder la plaza.
Lo único en que hoy coinciden los grupos al interior del PAN es que su partido debe renovarse o morir.
Todos los panistas poblanos, juntos, construyeron la debacle de su partido.
Otros que tienen responsabilidad y culpa son Marcos Castro, secretario general de la dirigencia estatal panista; lo mismo que los diputados locales y federales, así como presidentes municipales, regidores y demás panistas.
La desgracia electoral panista tiene muchos padres en el PAN poblano, así que nadie en aquel partido se exculpe porque lo mismo tiene algo de responsabilidad y se hace guaje.
Lo cierto es que la renovación en Acción Nacional es justa y necesaria, pues digan lo que digan el partido azul no es lo mismo desde que los exgobernadores Moreno Valle, Martha Erika y Rafael, perecieron.
Y evidentemente no habrá otro PAN poblano como el que ellos impulsaron y mantuvieron, desde 2010, cuando empezaron a administrar el estado. Muy difícilmente habrá un partido como el que ellos encumbraron.
Ya parece que en el mejor momento del morenovallismo habría habido un esquirol como Eduardo Alcántara Montiel, o como su suegra Paola Angón Silva.
Nadie de los grupillos azules que hoy protestan y acusan traición, en la época del morenovallismo, habría sido capaz de sublevarse y de organizar una rebelión contra su propio partido, toda vez que de inmediato habría sido controlado.
En el fondo, en el PAN se necesita otra figura como la de Rafael Moreno Valle, quien se encargó de reorganizar e impulsar al partido por encima de la fuerza dominante, antes el PRI y en este caso Morena.
Porque si los panistas quisieran bien podrían armar un frente, apoyado por todas las corrientes, para hacer contrapeso a la 4T en la entidad, muy a pesar del triunfo aplastante que obtuvo el pasado 02 de junio en las urnas.
Empero, lamentablemente, en el PAN hay líderes que se siguen vendiendo al mejor postor muy fácilmente.
Y así cómo podrían aspirar a mejorar las cosas en su partido.
Los panistas poblanos han perdido sus valores por darle rienda suelta a sus excesos e intereses. Y no se van a levantar de la derrota si no deciden a arreglar sus diferencias.
Es por ello que el PAN debe renovarse o morir, no tiene otra alternativa.
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