En los registros históricos del deporte en México, existen días que quedan marcados en la memoria tanto individual como grupal de nuestro país. Indudablemente, la mañana del 18 de septiembre de 2000 es uno de esos instantes. En ese día, México se despertó ante una realidad distinta: mientras la nación iniciaba su día, los titulares de los periódicos ya anunciaban una hazaña nunca antes vista. Una joven deportista de México había conseguido lo inimaginable, obtener la primera medalla de oro olímpica para una mujer en la historia de la nación. Hasta aquel instante, Soraya Jiménez Mendívil era casi desconocida para muchos, pero su nombre había sido escrito con letras doradas en los Juegos Olímpicos de Sídney.
La halterofilia o levantamiento de pesas tuvo un auge en la década de los años 1940 en México, aunque el deporte era practicado principalmente por jóvenes varones. Fue en la década de los años 1970, con la segunda ola del feminismo, cuando las mujeres comenzaron a practicar esta disciplina con mayor regularidad. Sin embargo, no fue hasta 1997 cuando el Comité Olímpico Internacional aceptó incluirla oficialmente en la agenda de los deportes olímpicos. Fue entonces cuando Soraya, junto con su compañera y amiga Karla Flores, se prometieron competir juntas en la escena olímpica de Sídney. Sin embargo, debido a diversas lesiones, solo Soraya Jiménez logró llegar a esa cita histórica.
El escenario fue el Centro Internacional de Convenciones de Sídney, ubicado en el puerto de Darling. Soraya, con tan solo 23 años y una estatura de 1.54 metros, competía en la categoría de 58 kg contra las favoritas: la tailandesa Khassaraporn Suta y la norcoreana Ri Song-Hui. La primera prueba, conocida como el arranque, es considerada la de mayor dificultad técnica, ya que implica levantar la barra de un solo movimiento desde la plataforma hasta la extensión completa de los brazos sobre la cabeza.
La atleta mexicana, oriunda de Naucalpan, tomó correctamente la barra y, al realizar el movimiento, comenzó a tambalearse al lado derecho. En ese instante, parecía que la barra, con un peso de 95 kg, vencería a Soraya. En un segundo, todos los años de entrenamiento y esfuerzo podrían desvanecerse. Se notaba cómo sus piernas temblaban y su expresión facial reflejaba sufrimiento y esfuerzo, pero la mentalidad de Soraya fue más grande que cualquier obstáculo. Con una determinación increíble, logró recuperar la compostura y se mantuvo firme, con la barra en lo alto, durante los segundos reglamentarios para que su primer intento fuera considerado válido por los jueces.
La segunda prueba, conocida como el envión, permite a las participantes levantar más peso en dos tiempos. Primero, deben elevar la barra y apoyarla en los hombros, mientras las piernas se abren en tijera o en una flexión. Luego, deben levantar la barra con plena extensión de los brazos y los pies bien alineados, hasta que los jueces indiquen que se puede bajar la barra.
Hasta ese momento, Soraya había levantado correctamente 117.5 kg y 122.5 kg, sumando un total de 217.5 kg con el arranque y el envión. En ese instante, ya se encontraba en el podio, pero la medalla sería de plata, ya que la atleta norcoreana había logrado levantar 122.5 kg en su tercer intento de envión, obteniendo una ventaja de 2.5 kg. Para conquistar la medalla de oro, Soraya necesitaba añadir un disco de 5 kilos más en su tercer y último intento, alcanzando un total de 127.5 kg para asegurar la presea dorada.
Soraya Jiménez se podría haber conformado con la medalla de plata, al final del día estar en el podio es un logro que pocos pueden presumir. Sin embargo, basta con ver el video del último levantamiento para percatarse de la determinación en el rostro de Soraya. Desde su respiración constante, exhalando aire por la boca, hasta la tensión en sus brazos, era claro que estaba dispuesta a hacer todo lo posible para lograr la hazaña.
Después de un tambaleo con la barra en lo alto, Soraya logró mantenerse en la posición fija el tiempo suficiente para que los jueces validaran su levantamiento. Finalmente, con un gesto de alivio y triunfo, dejó caer la barra al suelo, liberando toda la tensión acumulada. Los saltos de júbilo fueron inmediatos, y extendió ambos brazos en señal de triunfo. Soraya, emocionada, corrió a abrazar a su entrenador, Georgi Koev, compartiendo ese momento de gloria.
El espectáculo no terminó ahí. Lo que siguió fue una escena que quedó grabada en los corazones de todos los y las mexicanas. Frente a las cámaras de televisión, observamos la bandera mexicana ondeando mientras el Himno Nacional sonaba de fondo, y la imagen de Soraya Jiménez, visiblemente conmovida hasta las lágrimas, se reflejaba en el podio. Esa imagen, ese momento de orgullo y emoción, es sin duda una de las escenas más icónicas en los anales de la historia del deporte mexicano.
La historia que siguió después de la hazaña de Soraya Jiménez merece ser narrada en otro momento, uno que refleja las sombras que acecharon su vida tras el oro olímpico. El abandono por parte de las autoridades, la efímera memoria social y las lesiones acumuladas a lo largo de años de duro entrenamiento fueron factores que marcaron posteriormente su vida. A los 35 años, Soraya falleció el 28 de marzo de 2013 a causa de un infarto, dejando una gran tristeza en el deporte olímpico y un legado que, lamentablemente, fue opacado por el olvido y la indiferencia hacia su sacrificio.
Desde Las Gradas de la Historia, recordamos a Soraya Jiménez, una mujer que, a pesar de la adversidad y los estigmas sociales, demostró que es posible romper los límites impuestos por la sociedad. Su legado va más allá de su medalla de oro; su ejemplo sigue inspirando a nuevas generaciones a desafiar las expectativas y a trabajar para superar los obstáculos de la vida.
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