¿De quién es la hiperactividad: de los padres, de los hijos, de la sociedad o de los tres por igual? La palabra hiperactivo viene del griego híper que significa “por encima de”, “exceso” y “más allá de lo normal”, y a su vez del latín activus que significa “el que actúa”, derivado de actus: “acto o acción”. En la actualidad, la hiperactividad es una cuestión muy ambivalente, ya que, por un lado, se busca que los niños estén quietos y, por el otro, que estén llenos de actividades. Se podría decir, de hecho, que esta “hiperactividad” es una posible respuesta ante la ambivalencia que los padres demandan en sus hijos, por lo que al tratar con niños “hiperactivos” habría que preguntarse más bien qué nos están queriendo decir con dicha “hiperactividad”.
Hay ciertas creencias que sugieren que hay que estimular a los hijos incluso desde el vientre, intentando llenarlos de saber, de habilidades, pero: ¿habilidades para qué?, ¿para que cuando el bebé nazca, funcione ante una sociedad demandante, capitalista, que vive a prisa y bajo demanda permanente? Es importante escuchar el ritmo de vida de cada niño, su singularidad, ya que a-ti-borrarlos de estímulos, de actividades, borra su nombre propio, intercambiándolo por un diagnóstico totalizante, lo que obliga a estos niños a quedar atrapados en una hiperactividad que la misma sociedad promueve. Por eso, antes de continuar, les pregunto a mis lectores: ante este ritmo de vida turbulento, ¿cómo dejar de ser hiperactivo?, porque también nosotros, los adultos, tenemos que ser híper y activos todo el tiempo para encajar en la cadena de producción.
Sí, los niños son inquietos, juegan, gritan, corren, son curiosos, porque justo: son niños. Pero existe una demanda social donde se les pide que estén quietos y atentos, que jueguen pero “de cierta manera”, que no sean inquietos; casi, casi que nazcan sabiendo estarse quietecitos, sin molestar a nadie. ¡Vaya, lo que les pedimos es que no sean niños!, mientras que, al mismo tiempo, los motivamos a que vayan a muchas clases por las tardes para que así, estén ocupados “preparándolos” para la adultez y no les falte nada, buscando programarlos por hora o por tiempos.
Si dijimos que la palabra híper significa: exceso, por encima de y más allá de lo normal, entonces los niños diagnosticados con hiperactividad están hablando del exceso bajo el que se encuentran en la actualidad: exceso de actividades extracurriculares, exceso de juguetes, exceso de aprendizaje, estando por encima del límite, poniendo en acto lo que con palabras no están pudiendo decir o elaborar. Pero entonces, la infancia, el juego libre y el aburrimiento, ¿dónde quedan? ¿Qué rol social ocupa la infancia, si tienen que estar ocupados desde bebés?
El tiempo libre va quedando en segundo plano, sustituido por esta demanda de tener a los niños ocupados y al mismo tiempo promover la necesidad de hacerse de juguetes para que tengan con qué jugar. Esto es algo preocupante ya que el juego es un momento para que el niño, a través de él y de manera libre, pueda elaborar lo que vive. Ellos no necesitan juguetes; un niño puede hacer de una piedra un cochecito. Sin embargo, ahora los juegos también están diseñados para aprender, por lo que todo debe tener un fin y una utilidad, para que los niños sean máquinas que se llenen de información.
Los niños soportan mucho psíquicamente y, como síntoma de los padres, la hiperactividad llega a decir algo tanto de estos últimos como de su entorno y de lo social. Me parece importante reflexionar sobre las siguientes preguntas: ¿para qué se busca que un niño en lugar de ser niño y jugar, se le esté llenando de clases por las tardes? ¿Si no son niños en su momento entonces cuándo lo serán? En la sociedad actual, hiperactiva e hiperconectada, no hay lugar para la espera y, al mismo tiempo, esa hiperconexión es algo superfluo, dejando a un lado la posibilidad de hacer lazo con el otro, la posibilidad de construir con el otro desde la espera, la diferencia, el aburrimiento y posibilitándole un lugar a los niños como sujetos que entienden, que saben y que desean. Lo híper está generando un síntoma social, evidenciando que hay un cálculo predeterminado de cómo debería de ser y funcionar un niño.
Dicho lo anterior, la hiperactividad podría ser una respuesta ante una sociedad hiperactiva, una sociedad guiada por el exceso, llena de prisa y sin posibilidad de perder el tiempo, de dar lugar a las pausas, a la lentitud. No creo que sea casualidad que el diagnóstico de hiperactividad haya incrementado y con ello la medicalización para “acallar” ese síntoma en vez de escuchar sus angustias, sus miedos, su tristezas, qué es lo que les está pasando tanto a los niños como a los padres que quieren brindarles miles de actividades con tal de que “no se aburran”. Hay un exceso de actividad, tanto en niños como en los padres, y hoy pareciera que lo “normal” es estar ocupados todo el tiempo, ser productivos sin límite, hiperactivos al grado de temerle al aburrimiento.
