Las pasadas elecciones del 2 de junio tuvieron como protagonista algo importantísimo para México, no fue el hecho de que Claudia Sheinbaum, ahora presidenta electa de la República Mexicana, sea la primera mujer en conducir el destino de este país. El hecho en sí era importantísimo, como también lo fue el que las candidaturas puntero en la campaña presidencial fueran lideradas por mujeres, el hecho en sí también era importantísimo. Me parece que el protagonismo fue los análisis de una continuidad de régimen de Andrés Manuel López Obrador o la fractura mínima que implicara tener un sello propio de gobernanza por parte de Sheinbaum Pardo.
Evidentemente, la ruptura durante la campaña electoral entre López Obrador y Claudia Sheinbaum nunca apareció, ni la promesa de un gobierno con sello propio. A ninguno le convenía, la otrora candidata a la Presidencia de México por el partido fundado por AMLO no debía hacer campaña con sello propio o hubiera corrido el riesgo de perder, por lo menos la campaña de aire; a López Obrador le convenía para que su más fiel camarada quedara al frente de la Presidencia y Morena por otros seis años más.
Pero alguna chispa se encendió, por lo menos en lo emocional para los escépticos y sobre todo para los grupos vulnerables, iniciando por las mujeres. El pasado 15 de agosto, Sheinbaum recibió la constancia de mayoría en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), que calificó la validez de los casi 36 millones de votos de mexicanas y mexicanos que decidieron la continuidad de Morena y que, por primera vez en la historia de México, seamos gobernados por una mujer.
Decía que la chispa se encendió en el corazón (que no así en la razón) en el momento en que la presidenta del Tribunal Electoral, Mónica Soto, recalcó que en 200 años no habíamos sido gobernados por una mujer (en realidad nunca; ni en la época prehispánica, ni en la época de la Colonia, ni en la historia política moderna de nuestro país).
El discurso de Sheinbaum giró en torno a la mujer, la conquista de espacios, la igualdad. De las más conmovedoras y significativas estratégicamente: “…es la primera vez en 200 años de la República, que recibe el reconocimiento de presidenta electa una mujer. Presidenta, con ‘a’ (…) no llego sola, llegamos todas (…) Las mujeres heroínas de nuestra patria, las visibles, pero también las millones de mujeres invisibles de generaciones y generaciones, que han hecho posible que consigamos este alto reconocimiento (…) Llego nutrida y llena de la fuerza que proviene de nuestras ancestras, nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras hijas y nuestras nietas…”
Mensajes conmovedores, emotivos, palabras feministas que en el 2018 se quedaron esperando las personas del movimiento más grande de América Latina, el Movimiento Social Emergente de las Mujeres. Durante seis años, las mujeres visibles que llegaron a ocupar puestos de poder gracias a este mismo movimiento, poco o nada hicieron por la igualdad o la libertad, por las mujeres desaparecidas, por reducir el índice de feminicidios, por brindar oportunidades para una autonomía en la economía de las mujeres.
Con este mensaje, que ha sido magistral –estratégicamente hablando en términos de la comunicación política–, ha encendido la esperanza de muchas que esperamos igualdad de condiciones para todas y todos, porque de eso trata el feminismo y su lucha ha llegado para exigir y hacer valer los derechos humanos de todas las personas: todos los derechos para todas las personas.
México, creo yo, aviva la esperanza de nuevo. Por el bien de todas, todos y todes (porque, como bien lo cita la presidenta electa, lo que no se nombra no existe), esperamos que por los próximos seis años, esa chispa de esperanza sea una flama mucho más brillante y esplendorosa que la llama de París en los Olímpicos.