Dicen los que saben que no hay nada mejor en este mundo que ser agradecidos.
Y vaya que tenían razón. Mi madre –que me mira desde los cielos– me lo recordaba siempre: “el que no agradece, no aprende”.
Y quizá por eso hoy, 23 de octubre, en este día en que la vida me regala un año más, me siento obligado, pero sobre todo motivado, a decir una sola palabra: GRACIAS.
Gracias a quienes se toman el tiempo de leer estas líneas, día tras día, aunque a veces incomoden.
Gracias a quienes me abren su espacio para publicar esta columna.
Gracias a quienes opinan si el texto fue bueno, malo, duro o le faltó sazón.
Gracias a quienes caminan conmigo: a mi padre, Migue Vázquez –ejemplo de carácter y temple– y a mi compañera de vida, Isabel Luna, que ilumina los días grises con su paciencia y su sonrisa.
Y por encima de todo, gracias al Arquitecto del Universo, por la salud, por el tiempo y por el pulso firme para seguir compartiendo con ustedes mis opiniones.
Porque en este oficio –como en la vida– el agradecimiento no es debilidad, es reconocimiento de que nadie llega solo.
Dicen los que saben que la memoria es la forma más sincera de gratitud, y yo prefiero ejercerla a diario. Así que hoy, mañana y siempre, a todos ustedes: GRACIAS.
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