Hace un año en México comenzaban a registrarse los primeros casos de coronavirus.
Sabíamos sobre la forma del contagio y sobre los efectos en la salud.
Sabíamos lo mortal que podría resultar.
Sabíamos que los hospitales podrían saturarse y colapsar el sistema de salud.
Sabíamos la experiencia sobre lo ocurrido en Asia, Europa y Oceanía.
Y no hicimos nada… o lo hicimos mal en la prevención.
En México no se cerró el espacio aéreo.
No se cerraron las fronteras como sí lo hicieron otros países para proteger a su población.
Al contrario, en México se motivó a la ciudadanía a que siguiera saliendo, comprando y mas aun… abrazándose.
Era entonces como recibir con los brazos abiertos a un meteorito.
Se jugó con unas calcomanías, con unos escapularios y con la palabra mágica “detente”.
Se nos dijo que bastaba no ser corruptos para no infectarnos del COVID-19.
Y mas aún, se minimizó la eficacia del uso del cubrebocas; de hecho, es la fecha que el presidente López Obrador no lo usa.
No lo usó antes ni después de haberse contagiado; antes porque no era necesario -según él- y después porque ya no representaba riesgo de contagio para los demás -según él-.
Lo hicimos mal en la prevención y lo volvimos a hacer mal durante la emergencia.
Luego se decidió por un zar contra el coronavirus que se volvió en una carta política más que científica.
Dijo que el Presidente no podría contagiarse porque tenía una “fuerza moral” que lo hacia inmune.
Decía que el uso de cubrebocas no era tan importante… después que sí pero poquito… después que más o menos.
Hablamos por supuesto del otro López, el López Gatell.
Aseguro que su pronóstico de víctimas era de solo 6 mil pero que en un caso verdaderamente catastrófico podrían llegar a los 60 mil
¿Y qué cree?
Pues que llevamos ya 191 mil, quiere decir, tres veces más de su pronóstico catastrófico.
Y eso en sus cifras oficiales, porque las cifras negras hablan de hasta tres veces más.
Lo hicimos mal en la prevención y lo volvimos a hacer mal durante la emergencia y lo volvimos a hacer mal en las estimaciones de víctimas.
Y después vino la luz al final del túnel.
La tan anhelada vacuna.
Muchos países comenzaron a trabajar y a organizarse para que su población resultara protegida y los efectos de la pandemia pudieran controlarse.
Ninguna nación, a no ser Israel, ha podido vacunar a toda su población, pero por lo menos muchos han logrado vacunar a su personal médico y a los adultos mayores.
Algunos incluso ya comienzan a vacunar a sus jóvenes.
En los próximos días, en Reino Unido ya podrá regresar a clases una parte importante de sus estudiantes.
A un año de que la Organización Mundial de la Salud declaró al COVID-19 como una pandemia y a tres meses de que se aplicó la primera dosis de la vacuna contra la enfermedad, en México la logística para inocular a la población es desastrosa.
La meta del gobierno federal es vacunar a 15 millones de personas adultas mayores en abril con el objetivo de reducir en 80% la mortalidad.
Estamos lejos de lograrlo.
Lo vimos en San Andrés Cholula, lo estamos viendo en Tehuacán, lo vamos a ver en Puebla capital.
Y esta vez, no es culpa de los gobiernos, ni municipales ni estatales.
La logística la quiso absorber la federación.
En Monterrey, por ejemplo, se hizo un ensayo en diciembre vacunando desde sus vehículos a los adultos contra la influenza y funcionó, pero resulta que cuando vino la vacunación contra el coronavirus, la federación puso todo de cabeza al no permitir que interviniera el estado.
Y así en todo el país.
La duda mata.
Si quisieran vacunar de forma eficaz, deberían hacerlo bajo el modelo que se usa cada año en las semanas nacionales de vacunación, pero no quieren o no pueden.
Ojalá que esto no se use de forma electoral y que casualmente las vacunas comiencen a fluir en medio de las campañas electorales.
Sería lamentable lucrar con la salud de las y los mexicanos.
Si ya lo hicieron mal en la prevención, luego en durante la emergencia, luego en las estimaciones … ojalá que la federación no se vuelva a equivocar con la vacunación.
@AlbertoRuedaE