En México, suman 166 periodistas asesinados, incluyendo la muerte más reciente del periodista Víctor Culebro, en lo que va del sexenio, una cifra terrible que pone los pelos de punta y que ha puesto en vilo el verdadero quehacer de informar, sobre todo para quienes ejercen el verdadero oficio de comunicar.
La actual situación para el periodista en el país, el verdadero, no el simulador o el que crea ficción, evidentemente, es grave.
Y es que la ola de violencia contra quienes realizan trabajos de investigación que incomodan al poder, sobre todo en el contexto electoral, parece ir en aumento, a pesar de que en 2023 hubo una leve disminución en la materia.
El riesgo que corren los periodistas reales en el país, no los de cristal, ni a los que les gusta el foco y el show, esos que están metidos en cuerpo y alma, y de tiempo completo en su oficio, debe ser reconocido y contrarrestado por el estado y sus gobernantes.
Porque muy difícilmente el periodista, el que, insisto, pone en riesgo su vida por develar algún tema con interés y repercusión social, pide que se le proteja, que se le otorgue seguridad, que se le cuide y que se le haga protagonista de algún modo.
El periodista de oficio es audaz, atrevido, todoterreno, sin miedo, inteligente, claro y contundente.
Los verdaderos periodistas en México están tras la noticia, en la calle, indagando, planeando y organizando su agenda para generar mejores textos, de esos, como decimos en el gremio, que muevan y conmuevan a la opinión pública.
Lo anterior viene a colación por un hecho suscitado el pasado viernes 28 de junio en la conferencia “mañanera”, esa que ofrece el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) todos los días, y a la que asistió Jaime López, un informador poblano que ha pasado por varios medios sin pena ni gloria.
Un comunicador que más bien ha resultado un dolor de cabeza para las empresas de comunicación poblanas, y que esta vez tuvo la intención –fallidamente– de poner en jaque al gobernador electo de Puebla, Alejandro Armenta Mier, a su equipo de comunicación y a su grupo de colaboradores más cercano, acusando una supuesta represión y censura que en los hechos solo ha padecido él.
Acusó en la “mañanera”, sin decir nombres ni apellidos de nadie, que “alguien” del equipo de comunicación de Armenta lo amenazó con utilizar sus influencias para que fuese despedido de los medios en los que laboraba, según él, sin motivo alguno.
El redactor ni siquiera planteó una razón concreta o acusación directa para justificar su burda protesta lanzada en cadena nacional durante la conferencia mañanera.
Es decir, a pesar de que pudo colarse a la rueda presidencial, lo único que logró fue hacer el ridículo y quedar como lo que es, “un comunicador conflictivo” que ha pasado por un sinfín de medios en los que su común denominador ha sido el mismo: la denuncia contra la empresa por un supuesto despido injustificado.
Despidos que hasta el momento no ha logrado demostrar ni evidenciar, porque los medios en los que ha trabajado simple y sencillamente le han dado las gracias por su agresividad personal, por su doble conducta y moral, y porque han visto en él un perfil de alguien que, simple y sencillamente, no les conviene.
Porque el sujeto en cuestión ha pasado no por uno, ni dos, ni tres medios, sino por muchos más, y de todos ha salido por la puerta de atrás, echando pestes y acusando una supuesta censura que no ha podido demostrar.
¿Desde cuándo los medios y las empresas de comunicación en Puebla están obligadas a contratar o mantener al personal que no cubre el perfil, ni las expectativas que estas buscan y requieren?
¿A eso se le llama censura, coartar la libertad de expresión, acallar al “periodista”?
Me pregunto ¿qué carajo hace un verdadero periodista perdiendo el tiempo en la “mañanera” cuando todo mundo sabe que no es allí donde se consiguen los datos o se develan los secretos del poder?
Empero, si la intención del supuesto agraviado más bien es política y por encargo, entonces sí es la “mañanera” donde se debe hacer el show, tal como sucedió el viernes pasado.
Por algo la denuncia pública de marras fue apagada contundentemente por el presidente AMLO con un “aquí nosotros no hacemos eso, nunca lo hemos hecho y por eso son los ataques, porque en el gobierno anterior nada más facturados, eran como 20 mil millones de pesos al año y eso se terminó, ya es otra cosa”.
Así mató el presidente el periodismo ficción del comunicador poblano, quien regularmente se acomoda y te bloquea en redes para que la verdad de los hechos no aparezca y él quede como un héroe, como alguien reprimido y censurado.
Y allí están los directores de los medios que lo han tenido como colaborador (Reto diario, Ángulo 7, Capital, La Tropical, entre otros), solo basta consultarlos para saber de quién se trata.
No podría imaginar a Humberto Padget, periodista de Imagen, acusando censura en la “mañanera”, o haciendo un show armado para imputar a algún gobierno por no permitirle hacer su trabajo.
Ni los periodistas más importantes en Puebla se han ido a meter a la “mañanera” para dirimir sus conflictos laborales personales con el presidente AMLO.
En fin, lo cierto es que el polémico informador poblano, quien forma parte de los ecos del periodismo ficción en Puebla, se suma a esos chuscos personajes que han sido utilizados para la guasa política como Lord Molécula, Sandy Aguilar, o el mentado “falso pirata del periodismo”, un sujeto de nombre Paul Velázquez, quien aseguró no tener un ojo luego de haberlo perdido en un supuesto atentado, pero que en un descuido mostró que sí lo tenía.
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