Hace algunos días reflexionábamos sobre qué ha pasado con las hijas e hijos de personas que fallecieron durante la pandemia de COVID en México. ¿Qué ha pasado con las hijas e hijos de las mujeres que han sido asesinadas por feminicidio?, o sabemos ¿qué pasa con los hijos e hijas de personas desaparecidas en México?
¿Habrá un padrón real de cada una de ellas? ¿Las autoridades las tendrán incluidas como beneficiarias de programas sociales?
Justo el análisis semanal de la estimada Clara Scherer nos aporta algunos datos (Excelsior, 12/07/2025), por la pandemia, 215 mil huérfanos; mil 053 por feminicidios.
En violencias también nos recuerda que 12.4 millones de mujeres de 13 años y más manifestaron haber recibido algún tipo de violencia sexual en su infancia (Endireh, Inegi, 2021) y que ha habido 7 mil 975 nacimientos de madres menores de 14 años (Secretaría de Salud, 2021).
Algunos más, que México ocupa el primer lugar en abuso sexual infantil entre los países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) con 5.4 millones de casos al año (OCDE/Red por los Derechos de la Infancia). Que una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños sufren algún tipo de violencia sexual antes de los 18 años (OCDE/UNICEF). Que 20 mil 585 niñas, niños y adolescentes fueron atendidos en hospitales por violencia familiar durante 2023, 4 mil 219 de los cuales fueron perpetrados por un padre o padrastro. Incremento: 379% comparativamente con el 2010. Solo el 2% se denuncian y menos de 1% recibe justicia (Inegi).
En todos los casos el mayor número de víctimas son niñas y mujeres. Sus agresores son hombres.
Por supuesto, sostengo que no podemos generalizar. No todos los hombres son machistas. No todos los hombres son violadores. No todos los hombres son violentos. No todos los hombres son feminicidas.
¿Qué ha pasado, por qué las violencias contra niñas y mujeres va en aumento?
Tal vez nos falta reconocer que todas las personas –hombres y mujeres, de todas las condiciones sociales y educativas, funcionarios públicos o privados– nos demos cuenta, que muchas actitudes, palabras, expresiones, mensajes subliminales, guiños, gestos, que decimos o hacemos, son violencias, y que muchas han sido tan naturalizadas que las personas que las infligen ni siquiera se dan cuenta de lo que están expresando. Algunas son extremas. Muchas más, las que se ejercen desde el poder son igualmente dañinas y obstaculizan relaciones sanas de convivencia elemental en las familias, en los centros de trabajo, sean públicos o privados, o en el conjunto de la sociedad.
Tal vez también derivado de que las políticas públicas no son lineales, sino que son dinámicas y evolucionan constantemente, sea necesario revisar urgentemente las que se han formulado hasta ahora, para prevenir, atender y sancionar la problemática de violencias contra mujeres, niñas y adolescentes.
Tal vez sea necesario hacer lo que menciona el maestro Javier Treviño: “una reflexión sobre las políticas públicas –en esta materia– y hacer una pausa en medio del ruido y las circunstancias rápidamente cambiantes, para obtener claridad sobre los valores, los objetivos y las prioridades que tienen quienes toman decisiones, para alinear sus decisiones ante los desafíos, evitar la repetición de errores y planificar mejor sus intervenciones futuras”; el maestro Treviño sostiene que “la toma de decisiones reflexivas mejora el pensamiento crítico y las habilidades para la resolución de los problemas”.
De todo se tiene que hacer. Ya no queremos solo disculpas. Lo que ya no puede esperar más es corregir y perfeccionar el diseño de los programas en contra de todo tipo y modalidades de violencias para implementar estrategias de seguridad a favor de mujeres y niñas, y reducir esos terribles números.
En esto ya no cabe pausa alguna.
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@rgolmedo
Palabra de Mujer Atlixco
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