Sí, Fernando Rosales Solís labró su propio fracaso, y el desenlace de su desastroso paso como secretario de Seguridad Ciudadana (SSC) del ayuntamiento de Puebla estaba cantado.
El funcionario, quien se quedó más solo que un gato sin dueño, tuvo tres estrepitosas caídas en los casi cinco meses que, con muchos trabajos, se mantuvo en el cargo.
La primera:
Lo que pretendió ser un acierto, acabó siendo un grave error: sacó de las oficinas de la SSC a policías que se desempeñaban desde hace muchos años en tareas administrativas. Los mandó a las calles a patrullar. Los expulsó de su zona de confort. Y eso causó una silenciosa rebelión, expresada en brazos caídos y reforzamiento de las nuevas y viejas alianzas de jefes y subjefes con la delincuencia.
Bien calificado en lo académico, pero con la sensibilidad política de un paquidermo, Fernando Solís no pudo y no quiso resolver la podredumbre laboral que arrastra la SSC desde hace muchos trienios.
Nunca demostró liderazgo, sembró desconfianza y rencores entre la tropa, y se rodeó de puro inútil. Diseñó una estrategia de contención de la inseguridad, pero para que dicha estrategia funcionara, necesitaba lo único que no tenía: tiempo. Se equivocó de época. Y cayó en el círculo vicioso de tapar un hoyo para a continuación destapar otro.
Para colmo, fue sorprendido por una ola de asaltos y robos sin precedentes en la ciudad de Puebla, sus juntas auxiliares y la zona conurbada, que generó miedo entre la población y justificados reclamos de los ciudadanos hacia el gobierno municipal, acusado de incapaz e indolente.
Fernando Rosales fue otro que nunca entendió que lo que pasa en la capital -que concentra el 60% de la actividad delictiva- impacta en todo el estado.
La percepción de extendida inseguridad, y la imagen de ineficiencia para frenar a la delincuencia, ya estaba afectando al gobierno del estado, con su correspondiente daño político a la marca Morena.
Por si fuera poco, el hoy ex titular de la SSC desplegó una pésima estrategia de comunicación, hacia adentro y hacia afuera de la corporación.
Se desconoce quién fue el genio que le dijo que NO tenía que informar de detenciones, operativos, accidentes de tráfico, eventos relevantes…
Vetó a medios de comunicación y nunca entendió la dinámica de la comunicación digital en tiempo real; como resultado, se vio total y absolutamente rebasado por la realidad.
Al callar, cayó.
La segunda:
Fernando Rosales tuvo el desacierto -por decirlo amablemente- de delegar todo el mando operativo de la SSC en un impresentable, cuya pésima reputación le precede: Gustavo Alonso “Sauce” González Zapata, subsecretario de Operatividad Policial.
Lo dejó hacer y deshacer.
Se desentendió.
Y “Sauce” no sólo cubrió el vacío, sino que se despachó “con la cuchara grande”.
El subsecretario incurrió en toda clase de excesos, usó la SSC como si fuera su patrimonio, y se repartió la ciudad al estilo de las mafias: cada zona debía cubrir cierta cuota semanal, quincenal y mensual, sin importar cómo.
No pocos policías han acusado -y esto debería ser un escándalo- que los obligaban a fabricar delitos y a realizar detenciones injustificadas, a fin de lograr la cuota.
De lo contrario, la represalia, el congelamiento y, de persistir, el despido.
Muchos patrulleros y motociclistas debían pagar de su bolsa gasolina, refacciones y hasta uniformes y botas.
Ser asignado a una zona de la ciudad que genera más beneficios económicos que otra, tenía su precio.
Y no era poco lo que había que pagar.
Pero eso no es todo: los operadores de “Sauce” cometieron innumerables abusos (acoso laboral y actos de intimidación) contra policías que o se negaban a acatar las órdenes o denunciaron lo que estaba sucediendo.
Hubo señales, pero nadie quiso verlas:
📣 Una mujer ex policía de la @SSC_Pue denuncia hostigamiento, acoso y amenazas por parte de sus jefes, quienes además, dice, la intimidaron para firmar su renuncia.
Ella subió un video a TikTok contando lo que sucedió; dura más de 5 minutos, aquí un extracto 👇🏻 pic.twitter.com/ldjZYOLslL
— Arturo Luna Silva (@ALunaSilva) February 4, 2025
“Sauce” y su tropa de mafiosos estableció no pocos pactos y/o arreglos con el crimen organizado.
Por eso no fue extraño que el subsecretario fuera el primero en caer, el pasado sábado.
Se creyó que, al rodar su cabeza, todo se apaciguaría.
Y que Puebla pasaría, como siempre, rápido, a otra cosa.
Pero no: para frenarla, la gangrena -esa muerte de tejido corporal como consecuencia de la falta de irrigación sanguínea o a una infección bacteriana grave- necesitaba una ofrenda mayor.
Y esa ofrenda mayor no fue otro que Fernando Rosales Solís.
(Por cierto: ¿qué va a pasar con los pactos y/o arreglos de “Sauce” con las bandas pesadas de Puebla?).
La tercera:
Mucho tiempo después, frente al pelotón de fusilamiento, Fernando Rosales habría de recordar aquella tarde remota en que “La Barredora” le mató a dos de sus policías y él tomó la inexplicable decisión de fingir que no había pasado nada, absolutamente nada.
Y no sólo fingió que no había pasado nada, sino que se escondió -como esconden la cabeza las avestruces-.
Sin mando, pero con mucho miedo, el secretario tardó más de medio día en emitir un tímido pronunciamiento en el que, pésimamente asesorado, no dijo nada.
Y al no decir nada -nada sustancial-, avivó el fuego de su propio infierno.
Para entonces, la rebelión de los policías municipales ya tenía muchas horas de vuelo, y su destino ya estaba escrito con mayúsculas.
Su errática reacción y terrible manejo de crisis, sólo fue el detonante que activó la inconformidad acumulada y se convirtió en el resorte que devino en su despido -que no renuncia-.
Fernando Rosas ya NO era secretario desde la noche del sábado, cuando el presidente municipal, José Chedraui Budib, tuvo que meterse a sofocar el incendio causado por su subordinado, un subordinado que se volvió no sólo indefendible, sino una pesadilla política.
El último clavo en el ataúd del titular de la SSC fue la declaración del secretario de Gobernación del gobierno del estado, Samuel Aguilar Pala, quien no habla, no se mueve, si no es con la autorización del “G”, es decir, el gobernador Alejandro Armenta Mier, quien, por cierto, poco a poco se fue desencantando de Fernando Rosales, a quien en un inicio respaldó a petición del alcalde y sobre todo del secretario de Seguridad y Protección Ciudadana del gobierno federal, Omar García Harfuch.
“A lo mejor ya reconsideran (implementar un mando militar en la SSC)”, ironizó Aguilar Pala.
Y entonces, llegó la caída.
La tercera caída.
La caída final.
El anuncio -la noche del martes, vía X- de José Chedraui sólo fue la confirmación de lo que ya todo mundo en Puebla sabía, y si no, lo intuía:
“Ya estaba muerto… nomás no le habían avisado”.
Ahora se espera que en las próximas horas se convoque a Cabildo para la designación de un marino al frente de la SSC, con el visto bueno del jefe del Ejecutivo estatal y otra vez de García Harfuch.
Un marino que no la tendrá nada fácil, pues, primero, deberá limpiar el cochinero que hereda y, después, dar los resultados que ofreció el presidente municipal desde su campaña.
Y lo más rápido posible.
¿Ahora sí habrá coordinación con la SSP del estado a cargo del vicealmirante Francisco Sánchez González, una coordinación que poco fomentó -otro error- Fernando Rosales?
Lo único bueno para Chedraui Budib es que, a partir de ahora, el costo del error, o de la ineficiencia, en la SSC, será compartido, por el municipio, por el estado y por la federación.
También las críticas si la nueva estrategia no funciona.
Ya el pretexto de que la inseguridad es culpa de pasadas administraciones, está agotado.
A los ciudadanos no les importa el pasado, o quién hizo mal las cosas antes.
Les importa el hoy, el aquí, el ahora, el presente, y o les devuelven la paz y la tranquilidad para vivir en Puebla, o se lo cobrarán en las urnas.