No es la primera, pero sí es la más grave en lo que va del sexenio.
La imposición de la impresentable Rosario Piedra Ibarra en la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) es una auténtica humillación de Andrés Manuel López Obrador hacia la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo.
Tan grave, tan grande, tan evidente, que es imposible ocultarla.
Solo un ciego no lo ve.
Sheinbaum no quería que Piedra se reeligiera.
Con anticipación, lanzó a su ficha: Nashielli Ramírez, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la CDMX.
La mejor calificada en las evaluaciones.
El perfil que Sheinbaum, la presidenta, quería para la CNDH.
Pero, ¿qué hicieron todos los senadores y todas las senadoras de Morena?
Del partido de la presidenta.
Le dieron la espalda.
Obedecieron a AMLO y ratificaron a Piedra, el peor perfil, la peor titular del organismo en la historia -y ya es decir-.
Sheinbaum fue, además, traicionada.
Por Adán Augusto López.
Por Gerardo Fernández Noroña.
Por Javier Corral.
Por Saúl Monreal.
Por Ana Lilia Rivera.
Por Félix Salgado Macedonio.
Por Ignacio Mier.
Por Susana Harp.
Por Alejandro Esquer -el ex particular de AMLO-.
Por todo el Grupo Parlamentario de Morena…
Paradójicamente, los únicos que votaron por la candidata de la presidenta fueron los legisladores de… ¡la oposición!
Se confirmaron, así, dramáticamente, todas las sospechas:
Sheinbaum es la presidenta, pero las decisiones se toman en otro lado.
Tiene el bastón de mando y la banda tricolor, pero no el poder.
El poder real.
La mañana de este miércoles, durante su conferencia de prensa en Palacio Nacional, quedó claro su gran enfado.
Ni celebró la reelección de Piedra ni mucho menos la felicitó, como procedía.
Al tema le dedicó solo unos segundos.
Contados segundos.
“Es una decisión del Senado la que se tomó ayer, y hasta ahí”, dijo.
Y fue todo lo que dijo.
Sheinbaum fue derrotada.
En su propia casa.
Por sus propios correligionarios.
Y peor: humillada, a la luz del día, cínicamente, por su mentor político, quien insiste en consolidar y evidenciar su Obradorato.
El “jefe máximo” dispuso que Rosario Piedra se reeligiera y así sucedió.
Todo el aparato y todos los soldados acataron.
Sin chistar.
Sin importar el terrible mensaje de fondo:
“Aquí vive la presidenta; el que gobierna… en Palenque”.
“O en Tlalpan” -que da igual-.
La presidenta fue ignorada.
Olímpicamente.
Quedó claro que la presumida mayoría calificada en el Congreso de la Unión no le pertenece.
Esa tiene dueño, otro dueño.
Desde el pasado 2 de junio, AMLO -¡vaya regalazo de cumpleaños que se dio!- no ha obsequiado a Claudia Sheinbaum su espacio, un respiro, un solo margen de maniobra.
La embaucó en una reforma judicial que le ha quitado tiempo, energía, paz…
Tiempo, sobre todo, para dedicarse a resolver el tiradero que le heredaron, sobre todo en materia de seguridad.
Ahora la humilla con el caso CNDH.
Y con la complicidad, de paso, de Rosa Isela Sánchez, Luis María Alcalde Luján, César Yáñez, Jesús Ramírez Cuevas, Andrés Manuel López Beltrán y de todos quienes López Obrador le sembró para tenerla cercada, vigilada, acotada…
¿Grave?
Lo que le sigue.
¿Qué va a pasar?
¿Cómo va a proceder la presidenta?
¿Qué instrumentos del Estado mexicano utilizará para dejar claro que ella es la que manda?
¿Cómo va a marcar distancia?
¿En qué momento?
¿Con qué consecuencias?
¿Bajo cuáles circunstancias?
¿Responderá a la humillación pública, la más grave de lo que va de su gobierno?
Por la salud de su gobierno, y de México, es indispensable que ya pinte su raya.