Cuando estábamos en secundaria y prepa, había un (una) persona popular, ese personaje atractivo que por su carisma era seguido por muchos y jamás estaba sólo (a).
Pudiese ser que, aunque aprovechaba para beneficio propio su liderazgo, en ocasiones “se portaba mal” y llamaba la atención de las autoridades morales, los retaba y confrontaba, buscando aminorar sus posiciones y acrecentar la propia (robarse el coche de los papás, hacer bromas pesadas a compañeros, tomar alcohol antes de los 18, violentar animalitos, etc.) sin embargo, ahí andaban las mayorías queriendo ser su amigo o, al menos, que supieran de su existencia ¿a poco no? Los años pasan, pero ese personaje sigue existiendo, hablemos, por ejemplo, en la escena política nacional ¿les suena?
Tenemos un personaje sumamente carismático cuya única labor los últimos 20 años, ha sido “llevarse con todos” y buscar agrupar a todos; como consecuencia, los no-populares quieren hacerle saber que están con él, pues ¿quién no quiere llevarse con el personaje que lidera?
La pregunta es: ¿Qué haría pensar a la “oposición” que alguien quisiera estar fuera de la esfera del popular? ¿A poco en la prepa estaban con los no-populares y se la pasaban queriendo tumbar al líder carismático a pesar de saber que era misión imposible? Si acaso se apartaban buscando que ni los pelaran, pero ¿estarlos fustigando día tras día? Impensable, suicidio social.
Quién arma una estrategia alrededor de lo impopular, corre el riesgo (grave) de ser ignorado o que jueguen con él a “el traje nuevo del rey”.
Digamos las cosas como son: ¿porque cualquier persona haría más caso a líderes de partidos enquistados en un poder de papel, en vez de seguir al “popular de la clase”? Con el popular estás, sea como sea, punto.
Ahora bien, pueden surgir nuevos populares, de manera natural emergen figuras alternas, como también hubo en la escuela de nuestra juventud (el líder de la obra de teatro, el campeón de oratoria, el activista, etc.) ¿Qué hacíamos para “estar bien” con ese liderazgo emergente? La regla de oro era: no pelearse con uno para llevarse con el otro, ¿te suena? Luego entonces, ¿porque caramba alguien haría lo contrario años después?
Conclusión: el discurso siempre fue equivocado… y lo sigue siendo. Quién tenga oídos que oiga.