Aunque falten casi cuatro meses para la próxima renovación del Comité Ejecutivo Estatal de Morena, desde ahora se percibe que el intento de encontrar una nueva dirección será un fracaso, pues se carece de lo básico: un sentido de institucionalidad entre las 5 facciones en que se encuentra dividido este partido político.
Simplemente no hay un sentido de conjunto de la mayor parte de las facciones, que permita a Morena poderse articular por primera vez como un partido político y dejar de ser un movimiento, en que cada grupo tiene su propia dinámica, dirigentes, intereses y fobias, sin reconocer la autoridad de nadie más.
O visto de otra manera, no hay la visión ni le intención de dejar de ser una reproducción de los mismos vicios que había en el PRD y que ahora tienen a esta fuerza política con una perdida de identidad política, de toda eficiencia electoral y tal parece que va camino a la extinción.
Resulta sorprendente, pero en el actual proceso electoral por primera vez la fuerza política en el poder, es decir Morena, no tuvo “un general”, un articulador, un coordinador general de campaña. Alguien que, por encima de diferencias de grupo, supervisara las campañas de todos los candidatos, interpretara las encuestas de intención del voto, creara estrategia para evitar la pérdida de sufragios y sobre todo, estableciera estrategia de triunfo.
El único dirigente que hubo de Morena fue Edgar Garmendia de los Santos, quien es un personaje sin liderazgo, sin trabajo político, sin dotes de orador, sin contacto con los medios de comunicación y mucho menos fue capaz de construir alguna estrategia electoral. Dicho de un modo simple: fue un cero a la izquierda, cuya ausencia no era percibida por nadie.
Nada que ver con lo visto en los últimos sexenios en Puebla, en donde pese a las luchas de grupos de interés, siempre había una figura central que conducía al partido en el poder a los triunfos electorales o ha tener las menores pérdidas posibles en cada proceso comicial.
En el sexenio de Mariano Piña Olaya, que era la época de un PRI hegemónico, Alberto Jiménez Morales era quien unía la acción de gobierno y del tricolor para obtener procesos electorales exitosos.
Con Manuel Bartlett Díaz como gobernador esa figura central era José María Morfín Patraca, quien encabezaba un equipo que, entre otros asuntos, por primera vez utilizaban en Puebla el uso de encuestas electorales para medir la eficiencia de los candidatos del PRI y las debilidades de la oposición.
En la época del mandatario Melquiades Morales había un conjunto de operadores diversos que actuaban con el objetivo de rescatar de derrotas al PRI. Ente ellos estaba José Alarcón Hernández, Héctor Laug, Sergio Freeman, entre otros.
Con Mario Marín Torres, como jefe del Poder Ejecutivo, él mismo era el principal estratega del PRI, junto con Javier López Zavala, el hombre más fuerte de ese periodo de gobierno.
Incluso Marín demostró sus dotes de estratega electoral al permitir que el PRI, en 2006 y 2010, pese a ser la fuerza política dominante acabara perdiendo los comicios a favor del PAN, como una manera de “salvar el pellejo” por el escándalo del Lidyagate.
Obtuvo tan buenos resultados, que los gobiernos panistas de Felipe Calderón Hinojosa y Rafael Moreno Valle, le acabaron perdonando a Marín el caso de la periodista Lydia Cacho Ribeiro y otros escándalos de abuso de poder, porque fue un personaje fundamental para la llegada del Partido Acción Nacional a la presidencia de la República y la gubernatura de Puebla, entre los años 2006 y los cuatro años siguientes.
Y en el sexenio de Rafael Moreno Valle y los dos años siguientes, el orquestador electoral era Eukid Castañón Herrera, un hombre que generaba miedo, autoridad y orden entre todos los contendientes electorales que llevaban el sello morenovallista, que no siempre eran panistas.
Ahora con Morena, no hubo nada de estrategias, de coordinación, de examinar el escenario electoral. Cada candidato era un universo aparte.
Las cinco facciones morenistas que buscarían la dirigencia de Morena, son:
La que actualmente goza del mayor peso y liderazgo entre las bases de Morena es la corriente de Mario Bracamonte González, quien tiene de su lado a la mayor parte de los miembros del anterior Consejo Estatal del partido. Sin embargo, de manera absurda, desde la propia dirección nacional del partido lo han bloqueado, pese a que ha ganado batallas jurídicas para demostrar que a él le correspondía la presidencia de esta fuerza política.
Dos aspirantes fuertes a la presidencia de Morena son el diputado local Gabriel Biestro Medinilla y la edil Claudia Rivera Vivanco, pero ambos ya demostraron que sus conflictos personales y de grupo son más poderosos que el bienestar del partido. En el último año se han dedicado a golpearse políticamente, sin importarles en lo más mínimo las consecuencias para la 4T.
Otro tirador para colocar a un dirigente en Morena es el senador Alejandro Armenta Mier, el mentor político de Edgar Garmendia, quien actúa bajo la misma dinámica de Biestro y de Rivera. En 2019, en su afán de ser candidato morenista a gobernador, buscó aliarse con Eukid Castañón y otros morenovallistas, sin importarle la salud del Partido de Regeneración Nacional.
Alejandro Carvajal, quien es actualmente diputado federal electo y líder de El Barzón, sería un buen prospecto de dirigente del partido, pero no tiene relación con los demás líderes de esta fuerza política.