Nos volvió a pasar. La Sierra Norte vuelve a poner los muertos. Hasta el momento en que escribo esta columna, el Gobierno del estado reporta 11 personas fallecidas por las lluvias. La cifra, aunque lejos de la tragedia de Teziutlán en 1999 –263 muertos–, vuelve a abrir la herida.
Veintiséis años después, seguimos igual: gente viviendo a la orilla de ríos y barrancas porque no hay de otra. No es romanticismo rural, es pobreza. La vida cuesta menos cuando no hay dónde vivir.
La presidenta Claudia Sheinbaum llegó a Huauchinango y escuchó reclamos de vecinos que encararon al alcalde Rogelio López Ángulo por la falta de apoyo. Ella respondió directo, sin cálculo político: “le creo más al pueblo”.
En Veracruz, los habitantes de Poza Rica también se quedaron esperando ayuda. Su desgracia se llama Rocío Nahle, quien aseguró que el río Cazones “solo se desbordó ligeramente”. Ligeramente, cuando el agua ya llegaba a los techos.
Las lluvias desnudan los defectos estructurales y la falta de empatía; aquí no fue la excepción.
